Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Jovellanos, mirando la meseta

¡Lo que faltaba! Un incombustible ganapán de la política, que ahora pretende vestir como ejecutivo norteamericanizado -camisa de manga corta, corbata, bolígrafo Mont Blanc en el bolsillo- o de testigo de Jehová en ejercicio, ha hecho muy cultas y sabrosas declaraciones a La Nueva España. No se atreve a atacar frontalmente al «sector minero del PSOE» (que, a fin de cuentas, en un incomprensible desliz de Villa fue quien le alzó a él a la Presidencia interina del Principado), pero celebra la resurrección política de Antonio Masip, que si algo bueno tiene es haber puesto en la cuneta, según los síntomas, a Álvaro Cuesta. Mas no vamos a hablar de política en este artículo, sino a manifestar nuestro estupor por la basta cultura del personaje que nos ocupa, que llega a los extremos de declarar que «tenemos que mirar a Europa como Jovellanos miraba a la Meseta». Que el ex trostskista leninista se norteamericanice me parece normal; pero que venga a darnos lecciones invocando a Jovellanos es el colmo. La ignorancia, cuando es atrevida en grado extremo, sólo produce desfachatez.

¿Cómo se puede comparar a Jovellanos con un político europeizador de ahora? ¿Cómo puede suponerse que la Meseta, en el siglo XVIII, tenía el mismo sentido para Asturias que Europa hoy? Jovellanos proponía mejores comunicaciones con la Meseta; pero no porque considerara que Asturias era algo distinto de Castilla, sino porque recias montañas la separan y era indispensable vencer ese obstáculo. Era indispensable mejorar las comunicaciones, es decir, las carreteras, de Asturias con Castilla: opinión que no es exclusiva de Jovellanos, sino que ha venido formulándose desde Carlos V hasta Juan Velarde Fuertes.

Carlos V le escribió a un maestro Rogil, una especie de ingeniero de caminos de la época, que «hay un camino de dos leguas muy pasajero, porque van y vienen por vituallas y mantenimiento de carnes y de pesca-dos frescos y otras cosas a las ferias de Villalón y Rioseco y Villamañán y León y otros pueblos, de donde se proveen estos nuestros reinos y se llevan de éstos pan y vino y paños y otras cosas de que tiene necesidad el dicho Principado», y calculaba el emperador que el mejoramiento de ese camino podría costar unos dos mil quinientos ducados.

Los políticos actuales, en los que confluye el mismo fervor europeísta, tanto por parte de los centristas de derecha como por parte de los centristas de izquierda, no parece que tengan como prioritario el mejoramiento de España, y en consecuencia, de Asturias, sino su ingreso en la Comunidad Económica Europea, para el que ponen el mismo empeño que un estudiante aplicado que se dispone a terminar una carrera sin preguntarse si acto seguido va a encontrar trabajo o va a ir directamente al paro. En este sentido, tales apasionados europeístas están más próximos a Ribero y Larrea, el autor de «Quixote de Cantabria», que opinaba que en caso de hambre en España vendrían los franceses a sacarnos las castañas del fuego a los asturianos, en razón de su proximidad, antes que a los de Toledo, que a Jovellanos -no hay más que leerle para darse cuenta de ello- quien aspiraba a que Asturias pudiera servirse por sí misma. Jovellanos escribió, por ejemplo: «La industria es natural al hombre y apenas necesita otro estímulo por parte del Gobierno que la libertad de crecer y prosperar: déme usted esta libertad y crecerá la industria hasta lo posible». Algo que es perfectamente opuesto a la socialdemocracia de las subvenciones, lo único que hasta el momento hemos recibido de Europa. En cuanto a lo que dijo Jovellanos sobre Asturias, ese politicastro debería leerlo, si es que no se le ha olvidado leer; pues como escribió José Caso, que de Jovellanos y de todo sabía mucho más que Trevín: «¡Y pensar que en 1980 seguimos más o menos igual o peor que entonces!». Y nada digamos en 1997, con Asturias enteramente desmantelada, y sin otra perspectiva que el turismo rural.

Finalmente, no es de recibo que el individuo que preside una fundación que se presenta como «cultural», aunque esté vinculada a UGT (pero también a la Universidad de Oviedo) haga declaraciones de carácter político partidista. A la Universidad no le convienen tales compañías ni tales apaños.

La Nueva España · 19 noviembre 1997