Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Eduardo Junco Mendoza

Se retrasaba este año en venir a Llanes, como hacía todos los veranos, el ilustre llanisco Eduardo Junco Mendoza; pero no creo que ello obedeciera a alarmas motivadas por su salud. Cuando el año pasado, ya bien entrado el otoño, como de costumbre, se disponía a regresar a Madrid para invernar, se despidió con la fórmula de siempre:

- Hasta el año que viene.

Y este año nos llegó la noticia de su muerte. Una rápida enfermedad y más de noventa años se lo llevaron cuando uno menos lo esperaba.

Eduardo Junco Mendoza era un hombre de gran estatura, ya doblada por la edad eminente, la nariz aguileña, el cabello blanquísimo, la expresión bondadosa. Caminaba apoyándose en un fuerte palo que él mismo había cortado en su juventud en la cuenca alta del río Purón y al que no le había dado forma de bastón, pero del que no se separaba. Nada más llegar a Llanes se asomaba a la zona de su casa que da a la calle Nueva y nos saludábamos de galería a galería:

- ¡Qué pena, cómo están acabando con Llanes!- decía, contemplando las nuevas e inciviles construcciones que han destrozado los barrios de Las Barqueras y de El Cueto Bajo.- No hay derecho.

- Pues ya verás lo que les queda por hacer.

- ¡Madre mía!

Luego, todas las mañanas nos encontrábamos en el bar Los Arcos, en la vieja plaza porticada, que es el más típico de Llanes y el que tiene mejor vino blanco. Allí, Eduardo Junco, sin soltar el bastón, se sentaba en un banquillo, al lado de unos toneles. La conversación no tardaba en generalizarse entre la clientela, pues los asiduos somos de Llanes de toda la vida: en algunos casos, en el de los de generaciones más recientes, nuestros padres fueron amigos; otros clientes, como Eduardo Junco, fueron amigos de nuestros padres y se acordaban de nuestros abuelos. Hay un espíritu que se resiste a desaparecer, y que sin embargo está desapareciendo, como lo demuestra este último aldabonazo, la muerte de Eduardo Junco.

Eduardo Junco, a pesar de sus muchos años, tenía la cabeza muy clara y buena memoria. Le gustaba hablar de la Universidad que conoció y aunque prefería otros temas de conversación, no rehuía el de la política, que enfocaba sobre todo desde un punto de vista histórico. Pues él fue un personaje importante de la política de este siglo, pese a que siempre prefirió situarse en un callado y modesto segundo plano. Yo muchas veces le pregunté si escribía sus memorias y le animaba a que lo hiciera; pero él contestaba siempre lo mismo, sonriendo:

- No tengo gran cosa que contar.

Eduardo Junco había sido íntimo colaborador del almirante Carrero Blanco y director general de Plazas y Provincias Africanas, entre otros cargos. No deja de ser curioso que en una dictadura militar, como se decía del régimen franquista, la alta Administración colonial estuviera a cargo de civiles como Eduardo Junco. En un orden más local, a él y al general Díaz Alegría se les debe que Llanes siga teniendo Juzgado de primera instancia, según recordaba yo en un artículo, el otro día.

Eduardo Junco Mendoza era un modelo de discreción. Pero de discreción tal como la entendían nuestros clásicos, Cervantes o Gracián, y que según Covarrubias equivalía a discernimiento, que es lo que hace al «hombre cuerdo y de buen seso, que sabe ponderar las cosas y dar a cada una su lugar».

Con Eduardo Junco hemos perdido un legítimo caballero y yo un amigo de varias generaciones y un vecino entrañable.

La Nueva España · 22 julio 1992