Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Ladis con Winchester

La afición de Ladislao de Arriba por el cine

El primer recuerdo que tengo de Ladislao de Arriba era cuando firmaba Juan de Azcona y llevaba chaqueta cruzada, gafas oscuras de gruesa montura y bigotillo de jerarca o de empleado de banca.

En los días heroicos de los cine-clubs, en los que era inevitable el coloquio interminable y metafísico, tomó la palabra Ladis (me parece que se acababa de proyectar "El cochecito", de Marco Ferreri, con su chaqueta cruzada, sus gafas oscuras y su bigotillo, y afirmó que había leído el guión de la película antes de asistir al coloquio. "Este es un tipo de categoría, que aparentemente se ha informado de lo que iba a decir", me dije. Probablemente lo que dijo no haya sido memorable, pero nos dejó a todos impresionados.

Por lo general se asistía a las proyecciones de las películas para tener un pretexto para intervenir en el coloquio y en éste se decían cuatro pedanterías pseudo-marxistas con las que se tenía la seguridad de que se iba a tumbar al régimen del general Franco e implantar el socialismo real en todo el planeta. Terminado el interminable y aburridísimo coloquio, yo me acerqué a Juan de Azcona y le pregunté:

—Oye, ¿tú sabes quién es Max Ophüls?

En lugar de sentirse ofendido, me contestó: "¡Pues claro!", reconstruyó el final de "Lola Montes" y me invitó a un whisky en el "Kopín".

Al cabo de los años mi relación con él se volvió intermitente, y bien que lo lamento, ahora que es irremediable, porque era un hombre muy ameno (me resisto a escribir "divertidísimo" a causa de que los terroristas publicitarios califican los desayunos, las zanahorias, etc. como "divertidísimos"). Pero marchó a Madrid y ya no escribía en los periódicos que leíamos aquí ni hablaba en las radios que escuchábamos aquí, hasta en un buen día me envió libro que acababa de escribir titulado "Cómo sobrevivir en un adosado", en el que emprendía una cruzada contra la especulación inmobiliaria entonces predominante, con una dedicatoria que ocupaba todos los espacios en blanco del libro. Entre otras cosas me proponía que él y yo agarráramos el Winchester y saliéramos a la caza de los especuladores in-mobiliarios y sus cómplices.

Por aquel entonces, Llanes era el modelo de la especulación inmobiliaria salvaje, promovida por dos socialistas y entusiásticamente apoyada por todos los franquistas de la zona. Le contesté que muy bien siempre que disparáramos contra quienes yo dijera: a él le pareció de perlas y me dio carta blanca, y aunque no nos vimos demasiadas veces, siempre que coincidíamos hablábamos de cine. De Ophüls, naturalmente.

Tipos como Ladis no deberían morirse. Deberían quedar en el mundo para recuerdo de las generaciones venideras, cada día que pasa más uniformadas, de que hubo un tiempo en que los hombres eran alegres, improvisados, despreocupados, inteligentes y con sentido del humor. Ladis esparcía muestras de su talento por todas partes y al final en el cine, interpretándose a sí mismo en papeles brevísimos: aquella mirada de coña del juez que casa a una joven pareja en una película de Armiñán es su mejor retrato.

La Nueva España · 11 noviembre 2015