Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Ingeniero de la vida

Ramón Díaz Álvarez, un hombre sabio armado con un inextinguible optimismo

Ramón Díaz Álvarez, más conocido por “el Capi”, era poco menos que una fuerza de la naturaleza y uno de mis mejores amigos en Llanes, junto con Ricardo Duyos y luego su hijo Juan. Duyos era coronel y a Ramón lo de “Capi” le venía por herencia: un abuelo suyo había alcanzado el grado de capitán por méritos de guerra en Cuba, durante la llamada “Guerra de los diez años”, y se retiró con el grado de comandante. El “Capi” no era el único “Capi” de su casa, ya que a los de su familia los conocían por los del “Capi”, pero si bien el capitán Díaz alcanzó notoriedad en Cuba, el “Capi” la consiguió entre los ríos Sella y Deva, lo que es más meritorio, si cabe, porque es difícil ser profeta en su tierra y él lo fue a veces. Hombre gordo, de vez en cuando muy gordo y otras adelgazaba un poco de manera sorprendente, jovial y con un inextingible optimismo y sentido del humor, siempre estaba dispuesto a mantener largas charlas con los amigos y a fumar puros, cuanto mayores mejor. Creo que él y yo congeniamos desde el principio (entonces yo estaba también gordísimo) en primer lugar por gordos y en segundo por la afición a los puros grandes. Ramón llevaba el coche lleno de puros y de tarjetas de visita, que coleccionaba. Él, a su vez, entregaba siempre que se le presentaba la oportunidad una de las suyas, diseñada por Carlos Sierra y en la que constaba, debajo de su nombre, su título: “ingeniero de la vida”. Solía decir que no había tenido muchos estudios, solo los imprescindibles, pero que había aprendido muchísimo en la Universidad de la Vida, en la que se había graduado de ingeniero: yo añadiría que con el grado de doctor. Porque de la vida ¡vaya si sabía el buen amigo Ramón! Sobre todo valoraba a las personas al primer vistazo; si te decía: “No te fíes de ése”, había que seguir su consejo o se arriesgaba uno a recibir una puñalada trapera. En cambio, si decía: “Fulano es de fiar”, no habría problemas con él, y en efecto, no los había.

Su figura era inconfundible en el espacio comprendido entre Cangas de Onís y Llanes, territorio en el que él mismo ocupaba un espacio considerable. Con el pelo blanco y la cara redonda iluminada por una permanente sonrisa que dejaba al descubierto sus dientecillos de ratón, el puro en la boca muchas veces apagado y la corbata abombada sobre su considerable barriga, caminaba a pasos rápidos y cortos. Hacía buena parte de su vida en el coche, donde hasta leía el periódico, y era un “forofo” indesmayable del Real Oviedo. En sus tiempos de ferroviario era el jefe de estación que daba la salida de los trenes con mayor elegancia. Después dirigió las Cajas Rurales de Cangas de Onís y Llanes, siguiendo la norma de esa institución de tener entre sus individuos más representativos a hombres gordos, como el inolvidable Salvador Fuente. Durante muchos años Modesto G.Cobas, él y yo nos reuníamos todos los meses para comer entre Infiesto y Cabrales. Ahora tengo la impresión de que, muertos ellos, soy un superviviente.

La Nueva España · 3 octubre 2014