Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Una dama de convicciones firmes

Margaret Thatcher ya es Historia: pero Historia grande, con mayúscula. Pertenecía a la estirpe de Winston Churchill y de Charles De Gaulle: algo verdaderamente inconcebible en esta época de mediocridad desoladora en la que los políticos de las democracias no dependen de sus electores sino de las encuestas, y donde la demagogia más ruin ha encenagado el escenario político, además de otras cosillas que van desde el entreguismo a la corrupción. Thatcher no descendía a la demagogia porque fue un político de convicciones firmes: el mejor antídoto contra la demagogia es la convicción. Un político que cree en lo que defiende no puede engañar a sus electores y administrados, que no otra cosa es la demagogia: puro engaño retórico (y con muy mala retórica, la mayor parte de las veces). Hoy, que los políticos han renunciado a las ideas a cambio de ser simples administradores, como lo podrían ser de una gasolinera o de un supermercado, es hora de reconocer, mirando hacia atrás, hacia Margaret Thatcher, que la profesión de político fue, a veces, más que timo, truco y trampa. La señora Thatcher prefería perder electores a renunciar a sus convicciones, prefería las convicciones al consenso: por eso, cuando acertó lo hizo de manera plena, y cuando cayó ya no se le dio oportunidad de volver a levantarse.

Margaret Thatcher tuvo buena suerte muchas veces: pero tuvo también resolución y firmeza. Aristófanes suponía que si las mujeres gobernaran habría paz. Mas gobernando Thatcher, unos militares a quienes podríamos calificar como «gamberros» si no fueran unos criminales con las manos tintas en sangre, se apropiaron de unas islas en las que no hay un solo árbol pero que son inglesas. Thatcher les envió la Armada y por última vez las banderas inglesas se desplegaron sobre el mar. Toda la «progresía» impenitente, en España como en el resto de Europa, se puso de parte de una dictadura criminal. Pero Thatcher no dio un paso atrás.

Igual resolución tuvo en la lucha contra el terrorismo y manteniendo el pulso contra sindicatos decimonónicos. En la caída del muro de Berlín se produjo una feliz conjunción planetaria: Ronald Reagan estaba en Washington y la silla de San Pedro no la ocupaba en esta ocasión un diplomático vaticano, sino un valeroso cura rural polaco. Aquellos tres grandes, el «cow-boy», el polaco y la dama, acabaron con setenta años de amenaza al mundo libre. Desde entonces, el mundo fue de otra manera, aunque la nostalgia del totalitarismo no se ha desvanecido.

Los españoles inventamos una palabra hermosa que nunca hemos sido capaces de llevar a la práctica. Thatcher fue una liberal en sus ideas y en su labor de gobierno. Estremece pensar lo que hubiera sido del mundo en aquellos días cruciales si Thatcher hubiera preferido el consenso a las convicciones.

La Nueva España · 10 abril 2013