Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Gustavo Bueno y el premio
«Príncipe de Asturias»

Me parece muy oportuno, además de ilustrado y ameno, el ensayo (más que artículo) «Los premios Nobel, los "Príncipe de Asturias" y Gustavo Bueno», de Felicísimo Valbuena de la Fuente, aunque discrepo en la lista de escritores no galardonados que ofrece, a modo de reproche a la Academia Sueca. En rigor, ninguno de los escritores citados por Valbuena de la Fuente, aunque de extraordinaria calidad, era, por así decirlo, «nobelable». Kafka y Pessoa apenas publicaron en vida, de manera que mal podían ser galardonados. Lo mismo ocurrió con Cavafis, el poeta griego de Alejandría, a quien Edward Morgen Forster dio a conocer en Europa con dos poemas excelentes pero brevísimos, «La ciudad» y «Los dioses abandonan a Antonio». Candidato al premio Nobel de 1927, y hallándose Maxim Gorki en el otro platillo de la balanza, la Academia sueca desechó a Cavafis por desconocido y a Gorki por bolchevique, recayendo el premio en Henri Bergson. En cuanto a Truman Capote, que me parece un novelista excelente, hubo de contar con la competencia de los grandes novelistas de la generación anterior (Faulkner, Hemingway y Steinbeck) y de la siguiente (Saul Bellow). Su caso no es un problema literario, sino, más bien, de distribución geográfica. En lo que se refiere a Dashiell Hammett y Raymond Chandler, son dos soberbios novelistas, pero de novelas policiacas. En cuanto a Borges, se trata de un escritor menor y muy cargante. Hubiera sido del todo injusto que le dieran el premio a él cuando no se lo dieron a Alfonso Reyes, a Rómulo Gallegos o a Alejo Carpentier. James Joyce sí lo hubiera podido recibir (como lo recibió, años más tarde, Samuel Beckett). Pero actuaba en su contra ser un escritor de público minoritario. Lo que resulta más escandaloso es que no hayan recibido el premio Nobel Tolstoi, Ibsen, Pérez Galdós, Chesterton, Musil, Thomas Hardy, Rilke, Ezra Pound, Miguel Torga o André Malraux. Y entre los españoles, sin duda alguna, Unamuno y Baroja.

Pero al margen de estas cuestiones, de carácter literario, y, por tanto, opinables, lo que tiene verdadera importancia es la conclusión a la que llega Valbuena de la Fuente después de señalar a los muchos escritores que injustamente se quedaron sin el premio Nobel y de recordar el artículo de José María Laso titulado «Discriminación sistemática de Gustavo Bueno». En primer lugar, que «los enemigos de Bueno no dejarán huella alguna». Tal vez alguno/alguna sea recordado/recordada por sus espectaculares chaqueteos, siempre en beneficio propio. Y en segundo, que los premios «Príncipe de Asturias» corren el grave riesgo de ser recordados por no haber premiado a Bueno, de la misma manera que se recuerda que la Academia Sueca no premió a Tolstoi, uno de los mayores novelistas del siglo XIX, el gran siglo de la novela. En un salón de la Academia Francesa se encuentran los bustos de Moliére y de Balzac, que no fueron aceptados en la docta casa, con la inscripción: «No les faltó gloria literaria, pero nos faltaron a nosotros.» La Fundación «Príncipe de Asturias», tarde o temprano, tendrá que encargar un busto de Emilio Alarcos. Ojalá no repita ese desaguisado con Gustavo Bueno, y tenga en su sede dos bustos, como la Academia Francesa, en este caso el de Alarcos y el de Bueno, con la leyenda: «No les faltaron méritos, pero no se lo reconocimos.»

El caso de Emilio Alarcos Llorach fue bastante lamentable. Después de haber dedicado su vida académica a la Universidad de Oviedo, después de haber escrito toda su obra literaria en Oviedo, después de haber internacionalizado el nombre de Oviedo, Alarcos se quedó sin el reconocimiento, más que merecido, de un premio «Príncipe de Asturias». No es que lo necesitara. Alarcos no necesita de premios, porque le avala su obra. Lo mismo puede decirse de Gustavo Bueno. Es inconcebible que un personaje de su talla no esté en posesión, todavía, de un premio «Príncipe de Asturias». Y más grave es aún el caso porque, como señala Valbuena de la Fuente, «la sede de la Fundación Príncipe de Asturias está en Oviedo», y Bueno vive en Oviedo, y está desarrollando su infatigable e impresionante labor intelectual desde Oviedo hacia el mundo. Oviedo es el Königsberg y el Weimar de Bueno. En Oviedo ha dictado sus lecciones y ha escrito sus libros, y desde Oviedo, como si fuera un nuevo Feijoo, procura que sus compatriotas utilicen la cabeza para algo. Tanto en su fase de filósofo académico como en la de filósofo mundano es un pensador vigoroso, original y contracorriente, que procura que las palabras valgan lo que significan. Ningún filósofo español, desde Ortega acá, tuvo tanta influencia ni despertó tanta polémica. ¿Puede el premio «Príncipe de Asturias» prescindir de alguien así?

La Nueva España · 26 septiembre 2004