Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Actualidades

Cada día que pasa escribo menos sobre asuntos de actualidad, cada día prefiero mirar hacia el pasado y hacia el paisaje, y cada día estoy más de acuerdo con el gran consejo que Melchor de Santa Cruz atribuye al rey don Alonso de Aragón: «Leña seca para quemar, vino añejo para beber, amigos ancianos para conversar y libros antiguos para leer» (por desgracia, no sé montar a caballo). Pero hay noticias, difundidas a bombo y platillo, que no pueden quedar sin su glosa: más que nada porque no se pueda decir que callando se otorga. Que la guardia civil vaya a modificar su reglamento para permitir que parejas de homosexuales vivan en los cuarteles en principio parece un chiste que se le hubiera podido ocurrir a algún redactor de «El Frailazo» o de cualquiera otra de aquellas ácratas publicaciones de nuestras anteriores democracias, especializadas en atacar violentamente a «la espada y al altar». No creo que la convivencia entre homosexuales sea el principal problema de la sociedad española, ni, mucho menos, el de la Guardia Civil. Yo pienso que este dignísimo y ejemplar cuerpo merece mayor respeto por parte de sus dirigentes políticos, que, en el mejor de los casos, van a convertir unas viviendas de gentes que siempre se distinguieron por su contención y respeto a la institución familiar en experimentos de signo «progresista» ; pues en España, últimamente, se confunde la desviación sexual con el ejercicio de los derechos democráticos. No dudo que muchas personas se habrán escandalizado o indignado ante esta novedad, mientras que la telebasura de todas las cadenas la acogió muy favorablemente, llegando Javier Sardá a tales entusiasmos que realizó su cada día más impresentable programa disfrazado de guardia civil. En fin: la medida resulta cuando menos imprudente, porque, digan lo que quieran las telebasuras, la mayoría de la población no parece estar muy de acuerdo con tales excesos.

Por lo menos, no se podrá ir a partir de ahora a los tribunales con el pretexto de que a ese tal le llamaron «sarasa». Porque ésa es otra: la falta de respeto hacia los tribunales de justicia. No hay «famosa» o cualquier otra especie de la fauna de la telebasura y de las revistas cardiacas que no esté a todas horas amenazando a otros que tal bailan con los tribunales; y los amenazados, a su vez, responden con lo mismo: como si los tribunales sólo estuvieran para ajustar cuentas al enemigo. Algunas famosas reparten su tiempo entre los tribunales y los quirófanos, de manera que la silicona y las denuncias colman su vida. Si alguien decide fastidiar a otro, busca dos testigos y denuncia insultos, con lo que nadie se vería libre de los tribunales, si éstos hicieran caso de todas las denuncias. En cambio, por escrito se puede insultar cuanto dé la gana, siempre que no se mencione al insultado con nombres y apellidos. La situación es bochornosa. Pero supongo que sólo los jueces pueden ponerle coto, porque, ante todo, es preciso defender la independencia judicial, que es uno de los tres pilares de la democracia, aunque en España eso no se acabe de entender, incluso por parte de algunos partidos políticos.

Otra noticia tiene para mi mayor importancia, y el asunto me parece aún más grave que el de los dos comentarios anteriores. Al dar su opinión sobre el avance del voto islámico en Turquía y lo que esto podría representar respecto a las aspiraciones de ingreso de los turcos en el mercado común, la ministra española de Exteriores aseguró que «la UE no puede pretender ser un club cristiano». No puede pretenderlo porque Europa, desde el Ártico a Gibraltar, es cristiana, y lo que es, no es pretensión. Sin cristiandad no hubiera existido la Europa medieval, ni hubiéramos existido nosotros, ni mucho menos la UE, ni siquiera la idea de Unión Europea, que es medieval y cristiana, y la quisieron poner en práctica monarcas cristianos, como Carlomagno y Otón I, por mucho que a la Ministra le duela o lo ignore. Mientras en la actualidad los árabes intentan unificarse en torno al Islam, espejos de la «corrección política» como esa ministra niegan su historia y su razón de ser por miedo a que los consideren racistas. Por exceso de tolerancia en el primer caso; por falta de respeto a la democracia en el segundo, y por ignorancia o miedo, en el tercero, así van las actualidades.

La Nueva España · 16 de noviembre de 2002