Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Satur

Alguna vez escribí que Saturnino González Antón, «Satur» para los amigos y para los clientes con solera de Casa Conrado, es un maitre genial, que causa admiración. José Ramón Gómez Fouz dice que merece la pena ir a comer a Casa Conrado sólo por escuchar la relación de platos de labios de Saturnino, del mismo modo que los buenos aficionados iban a ver a Curro Romero sólo por verle hacer el paseíllo. Cierta vez que comimos Gómez Fouz y yo con Vanessa y Hugh Thomas en Conrado, el historiador quedó admirado escuchando a Saturnino. Le pregunté si en Londres había maitres con esa elocuencia y me contestó que no: allí la gente de la hostelería es muy aburrida. A José María Martínez Cachero, por su parte, le maravilla el aluvión de calificativos con que Satur es capaz de describir un plato, sin repetirse en uno solo.

Satur es imprescindible en Casa Conrado. Casi tanto como Marcelo, que es el coronel, y Satur, el teniente coronel mayor. Emilio Alarcos escribió en la «entrada» al libro «Comer y contar» sobre «el afecto larguísimo que me une a la familia Antón»: a doña Jesusa y a Conrado, a Marcelino y al señorito Javi, a Satur, Pelayo y Pichi en Casa Conrado y a Juan Carlos y Rafa en La Goleta. No nos olvidemos del gran Antonio, aunque ya esté jubilado. Satur está siempre activo, siempre en movimiento, siempre de buen humor, siempre disponible. En el trabajo, Marcelo es don Marcelo; fuera del trabajo, el primo Marcelo. Viene Satur de buena cepa de Tineo: como escribió J. E. Casariego: «Esta fama del buen y honrado guisar tinetense tuvo mucho crédito en Madrid en los siglos XVIII y XIX, donde los cocineros y mayordomos de la tierra de Tineo adquirieron especial y merecido prestigio por su fidelidad, esmero y saberes culinarios, y ocuparon grandes puestos en los palacios de los grandes señores». Satur es natural, pertenece más a la estirpe de los mayordomos que a la de los cocineros. Se inició en Medina de Rioseco, cuando la familia Antón decidió trasladarse al otro lado de los montes firmísimos para mostrar las delicias de la cocina asturiana en la Meseta; y allí fue a dar un buen día el viejo y entrañable periodista Luis Puente, que exclamó maravillado: «¡Ancha es Castilla y voy a topame con Conrado! Por aquel entonces, Satur todavía no tenía los 15 años cumplidos. La vitalidad le rejuvenece. Como no para, se conoce que está quemando energías continuamente. Energías físicas y mentales. Porque no sólo sirve con rapidez, elegancia y eficacia. Sirve haciendo el más completo elogio de lo que sirve, y yo creo que lo que mejor le sale al servir es el gran pote asturiano, característico de Casa Conrado. Nunca le falta al pote el «magnífico embutido de la alta montaña de Tineo. Un embutido capaz de resucitar a un muerto. No se debe preguntar en Conrado cómo están las cosas, porque siempre están bien; aunque merece la pena hacerlo, para escuchar a Saturnino:

- ¿Cómo está el pote?

- Sublime, superior, de nota alta.

- ¿Y el pescado?

- Hoy le recomiendo el mero, es un poema.

Miramos la carta de vinos y nos decidimos por tal o cual marca. Satur, a nuestro lado, impecable, atento y con la sonrisa en la boca, asiente:

- Un buen vino -corrobora, mientras toma nota- acreditadísimo.

A Satur ahora le han dado la medalla al Mérito Profesional, como reconocimiento a una larga e irreprochable labor. Con este motivo le preguntaron cuál es el secreta de un buen maitre, y él ha contestado a La Nueva España que el secreto no es tal secreto: «Intentar hacer siempre las cosas bien y tratar de actualizarse. Hay que estar al tanto de los vinos y de la cocina para asesorar al cliente». Porque el cliente necesita asesoramiento, aunque justo es reconocer que, en la actualidad, los clientes están mejor informados. El arte del maitre, en cualquier caso, es intemporal, aunque en los tiempos generalmente informales que corren, los maitres a la antigua usanza no abundan. Por eso son insustituibles profesionales, como Ramón Piña, de Casa Fermín, o Satur, ambos premiados recientemente (Ramón, con el premio provincial de hostelería) como reconocimiento a su meritoria labor.

La Nueva España · 22 mayo 2001