Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Hugh Thomas, Goya y Jovellanos

Durante su reciente estancia en Asturias, Hugh Thomas compró los seis tomos de las «Obras Completas de Jovellanos», y las leyó durante una larga temporada de dedicación asturiana casi exclusiva, a la vez que «España frente a Europa», de Gustavo Bueno, y «Clandestinos», de José Ramón Gómez Fouz. En su residencia de Muros de Nalón, las obras de Jovellanos estaban abiertas sobre su mesa. La figura de Jovellanos es fascinante, y de modo muy especial para un liberal inglés, ya que el polígrafo de Gijón fue, junto con Cánovas del Castillo, el político español más a la inglesa. Pues, como observa Thomas, «Jovellanos fue un estadista, aunque sólo en una ocasión ostentó un cargo, y por menos de un año». Y si con Cánovas coincidía en haber sido de los pocos políticos españoles que juzgaron oportuno adaptar a las necesidades de España el sistema parlamentario inglés, se le puede equiparar también a Manuel Azaña, aunque fueran muy diferentes, en que ambos escribieron diarios personales con gran categoría literaria. Curiosamente, Azaña no le presta atención a Jovellanos. De los escritores de su época, creo que es Pío Baroja el único que escribe sobre Jovellanos con afecto. Azaña incurría en un vicio muy español, el afrancesamiento. Jovellanos, como la mayoría de los intelectuales de su tiempo, empezó interesándose por la Revolución Francesa, pero pronto los excesos revolucionarios le desilusionaron y horrorizaron. Según Jovellanos: «Nada puede esperarse de las revoluciones en el Gobierno», pasando a preferir sistemas más posibilistas y sensatos. Durante la Guerra de la Independencia tomó una actitud difícil y admirable; como escribió Gregorio Marañón, poniéndose como modelo de liberal, él, en las tremendas y contradictorias circunstancias de 1808 no hubiera sido ni liberal ni afrancesado, sino jovellanista.

Hugh Thomas acaba de pronunciar en el Museo del Prado una conferencia sobre «Jovellanos por Goya, en 1798». Thomas contempla el cuadro, y a partir del cuadro, deduce al retratado: «El retrato capta no sólo a un inteligente hombre con un cargo ministerial, sino también un momento en que diríase que un gobierno ilustrado tenía una nueva oportunidad». Oportunidad que, en este caso, se pierde. El retrato de Jovellanos transmite melancolía y cansancio; por aquellos tiempos estaba padeciendo, sin él percatarse, un envenenamiento por plomo, que deterioró gravemente su salud.

Hugh Thomas describe el retrato con detalle, como años atrás describió «Los fusilamientos». Son dos cuadros muy distintos, y la misma realidad histórica. Del lienzo surge el hombre, y de los escritos de Jovellanos extrae Thomas algunos de los aspectos más sugestivos y vigentes de su ideología. El «Informe sobre la ley Agraria» muestra claramente la influencia de «La riqueza de las naciones», de Adam Smith. «Para él, las leyes no debían intentar proteger la agricultura, sino eliminar los obstáculos a su desarrollo», anota Thomas. Casi por la misma época, diez años antes, el viajero inglés Joseph Townsend recorre Asturias y se maravilla de la dependencia del Estado por parte de los españoles. Si no hay agua, todo el mundo espera a que el Estado haga la fuente. El que no trabaja se va a comer la sopa boba a la puerta del convento. Para Townsend, esta falta de iniciativa privada no podía conducir a nada bueno. Jovellanos era partidario de que los campesinos aprendieran a leer y a escribir, y los propietarios, ciencias, como muchos admirables ilustrados y, al tiempo, propietarios agrícolas, tal José Joaquín Queipo de Llano, conde de Toreno. Sabía Jovellanos que el carbón tiene tantas posibilidades como el oro y la plata, y la mayor desgracia de España es que se prefiere la ignorancia a la ilustración. Fue compasivo, equilibrado y nunca creyó poseer el monopolio de la verdad. Era consciente de que sus remedios serían lentos, pero jamás hubiera sacrificado a la generación presente por mejorar las futuras. Muchas de las desgracias de España, digo, para terminar, se deben a que a Jovellanos, aunque se le cita, no se le lee. Es buena lástima.

La Nueva España · 18 abril 2001