Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Temporada de ópera

A pesar de mi amistad con Vidal Peña, Jesús Hernández y Jaime Álvarez Buylla, no acabo de encontrarle chiste a la ópera. De verdad que no. Tan napoleonista como mi abuelo, opino, al igual que el emperador, que la música es el menos molesto de los ruidos. Eso sí: creo que unas fiestas de San Mateo en Oviedo sin ópera serían el equivalente de una belleza tuerta o de una comida sin queso, según el entender de Brillat-Savarin. Reconozco que la ópera es mucho más imprescindible que las corridas de toros, pese a que los toros me gustan mucho y la ópera no me produce particular entusiasmo. Por otra parte, San Mateo es un gran santo taurino, celebrado cuando la temporada ya se dirige hacia su ocaso mientras el año camina hacia su otoño. Con esto no justifico, ni mucho menos, que no haya toros. Oviedo es ciudad tan taurófila como San Mateo, y hay constancia de corridas en la capital del Principado y en otras localidades de la Asturias de Oviedo y de Santillana (Villaviciosa, Ribadesella, Llanes, San Vicente de la Barquera) muy anteriores a las de otras ciudades que hoy se consideran como la flor y nata de la tauromaquia. Ni más ni menos que en el año 815 ordenó Alfonso II el Casto que se dieran toros en Oviedo, según refiere la Crónica General de Alfonso X. Bien es verdad que en la corrida mateína del año pasado muchos aficionados se quedaron sin poder entrar en la plaza porque toreaba El Juli. Desde entonces, yo le tengo manía a El Juli, porque muchos de los espectadores iban a ver al joven torero, no por verle torear.

Anuncian las corridas de toros carteles en los que ha brillado alto el arte pictórico o del dibujo, capaz de captar la plástica del movimiento en el instante imperecedero y a la vez fugitivo en que toro, torero y capote (o muleta) coinciden y crean ese arte supremo que es el único que se ofrece como un don al aficionado, porque es el único arte que se ve en el momento en que se crea, y anuncian la temporada de ópera pormenorizados programas en los que confluyen muy diferentes saberes más o menos lindantes con la erudición. Atosiga al hombre moderno la estadística, que es, como nos recuerda George Bernard Shaw, esa seudociencia capaz de demostrar que si usted tiene dos coches y yo ninguno, usted es propietario de un coche y yo de otro. La estadística se utiliza, incluso de forma abusiva, en toda clase de actividades humanas. Digamos, sin embargo, que la estadística que informa este programa no es impertinente.

Gracias a él nos enteramos de que el autor más representado en Oviedo, desde 1948 acá, fue Giuseppe Verdi, con diecinueve títulos. Puede decirse que gana por goleada a todos los demás autores operísticos clásicos, ya que le sigue, muy de lejos, Donizetti, con nueve títulos; Puccini, con siete; Mozart, con seis, y Bellini, con cinco. Razón tienen quienes afirman la condición italianizante de la ópera en Oviedo. Las obras más representadas fueron «La Bohéme» (veintiuna funciones), «Tosca» (diecisiete), «Rigoletto» (trece), «Lucia di Lammermoor» (trece) y «Il Trovatore» (doce), que, como se sabe, está basada en la obra de un autor romántico español olvidado, Antonio García Gutiérrez. El romanticismo español fue de poca calidad y su teatro sobrevive por razones ajenas a él: «El Trovador», por la ópera, y «Don Juan Tenorio», por el Día de Difuntos. No obstante, los olvidos tampoco son juicios inapelables. Hay que tener cuidado con Zorrilla. Algún día le reivindicarán. En realidad, Zorrilla fue un autor no menos popular que Verdi, y por el mismo motivo: era capaz de llegar al público. Sólo que Verdi, gracias a su arte, pudo ser más universal. «El arte musical tiene esta virtud: actúa por medio de la materia sutil, hace sensible la materialidad de los movimientos que habitualmente atribuimos al alma -escribió Chátelet- Ahí radica lo que da realidad y fuerza a la psicología de los héroes de Giuseppe Verdi».

El catálogo de la ópera en Oviedo muestra una buena selección de la ópera clásica, principalmente a la manera italiana. Este año se abre la temporada de luto por la muerte de Alfredo Kraus. Y un año más no se representa «El holandés errante». Pero de esta leyenda hanseática les hablaré cualquier día de este otoño en el que acabamos de entrar.

La Nueva España · 26 septiembre 1999