Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

La Villa de Llanes

La antigua villa de Llanes es la capital del Concejo de su nombre y del partido judicial más al Oriente de Asturias, que comprende los concejos de Llanes, Cabrales, Peñamellera Alta, Peñamellera Baja y Rivadedeva; el otro partido judicial de este territorio es el de Cangas de Onís. Llanes es una villa al borde del mar, más que marinera; y el mar no se ve tanto como las montañas desde el centro de la población por lo que, desde algunos puntos, pudiera pensarse que se está en una villa de montaña. La sierra del Cuera, dominada por su pico más alto, el Turbina, y las imponentes laderas del Jorcón de Moreda, y ante ella su antepecho, La Muezca o el Texeu, que se apoya en las curiosas formaciones geológicas de las Mañangas y con el extraño Pico de Soberrón como el monte más al Norte de ese sistema, se dominan perfectamente desde la villa, y mucho mejor si se sube al paseo de San Padero, extraordinario mirador natural sobre el mar y sobre las montañas. Tres alturas hay, en Llanes, que permiten una excelente visión de la Villa: la de la colina en la que se levanta la capilla de la Guía; la de Tieves, donde están los depósitos de agua, y la del paseo de San Pedro. Si bien Tieves parece estar más sobre el casco urbano de la Villa, la vista panorámica más [108] completa la ofrece el paseo de San Pedro: vista desde el mar hacia la tierra, con la zona medieval, las murallas y el fuerte en primer término, y, más allá, las colinas y los bosques, la sierra plana de Cué y adosado a ella el Cristo, donde hay otra vieja ermita, y, al fondo, las dos sierras paralelas, La Muezca y el Cuera. Desde San Pedro es fácil percibir que en Llanes se superponen una ciudad medieval y una ciudad decimonónica y de comienzos de siglo, con las importantes contribuciones urbanísticas debidas a las construcciones de los indianos; más una parte moderna y funcional, que se extiende al oeste de la Villa, en dirección al pueblo de Póo, y que en su monotonía y falta de calidad (en su mayoría, son construcciones para veraneantes), no se compaginan demasiado bien con este singular conjunto urbano. Como escribió Manuel Ferrer Regales en su libro «La región costera del Oriente Asturiano»: «La morfología llanisca opone una ciudad vieja dentro de un recinto murado y una ciudad moderna. Dentro de dicho recinto se sigue al parecer el trazado urbano de tipo cristiano medieval, es decir, el plano rectangular. La arteria principal, la calle Mayor, está atravesada por otra perpendicular, la actual de Posada Herrera y Manuel Cué, como los dos ejes de la ciudad (... ). La muralla, la hermosa iglesia y algunos palacios prestan al Llanes viejo un sabor arquitectónico excepcional. Llanes es un hermoso recuerdo urbano del pasado inyectado por expresiones urbanas actuales».

La muralla fue construida como confirmación del Fuero, que fue el de Benavente, otorgado por Alfonso IX en el año 1206, de la que se conservan el paño Norte, parte del Este, el robusto torreón, también del siglo XIII, y algunos fragmentos en otras zonas de la [109] villa, en las que incluso sirvió de cimiento y apoyo para construcciones posteriores. Otras edificaciones importantes, en torno a la Basílica, son el palacio del Duque de Estrada, del siglo XVII y en ruinas desde que fue incendiado por los llaniscos al retirarse los franceses, dada la sospecha de que sus propietarios fueran afrancesados; y la casa del Cercado, dentro del recinto de la muralla y con un agradable huerto sobre el mar, y capilla de notables proporciones. La Basílica se empezó a construir a mediados del siglo XII, como lo atestigua la fachada románica de la fachada del Oeste; pero su portada principal, con arcos apuntados del período de transición del románico al gótico, demuestran seguramente que se hizo en ella una gran reforma a comienzos del siglo XIII. En el interior, como escribe Magín Berenguer, el estilo ojival aparece claramente definido, tanto en las bóvedas como en las proporciones de los pilares». El retablo, realizado por un artista flamenco en el primer cuarto del siglo XVI, es de gran valor artístico; trabajaban en él cuando Carlos V pasó por la Villa, y relata el cronista Laurent Vital el encuentro con el artesano León Picardo, «un buen hombre que, como después oí, era natural de Saint-Omer, y de oficio tallista de imágenes, que tenía su mujer y su hogar en Burgos, en España, y que había sido mandado a esta Villa para tallar un nuevo altar en la iglesia mayor de Llanes». Entre los elementos que componen este retablo figuran las tallas de los cuatro evangelistas, sentados ante sus pupitres y ocupados en escribir los Evangelios: «San Mateo en actitud de humedecer la pluma en el tintero que le presenta un ángel –escribe José F. Menéndez–; San Juan, de rostro candoroso, escribe absorto y afanado, a sus pies el águila sostiene en el pico el tintero: [110] San Lucas, con anteojos, parece descansar de la escritura, entretenido en mirar la pluma que tiene en la mano: a sus pies, el toro, recostado con indolencia, sujeta en la boca el tintero; y, por último, San Marcos está ocupado en arreglar la pluma que se le ha gastado; el león, sujetando en la boca el tintero, apoya sus garras en las rodillas del Evangelio».

La iglesia parroquial de Llanes tiene como característica el hecho de no haber pertenecido a ninguna orden religiosa o militar, aunque entre las figuras de los arcos de la portada principal figure la talla de un templario; muy en consonancia esto, por otra parte, con el espíritu histórico de la Villa, que siempre fue de «hombres libres», y nunca admitió otra autoridad que la del Rey. Dos lápidas al lado del altar mayor, con las armas de Llanes, hacen constar que «esta iglesia hicieron los vecinos y parroquianos de ella, y en su nombre como patronos presentan sus beneficios, su juez, dos regidores y un procurador general electos cada año por esta villa».

Manuel de Foronda repara en la plaza de Santa Ana, una de las más hermosas de la Villa: se llega a ella por la Calle Mayor, donde está, muy restaurada, la Casa de Juan Pariente, donde durmió Carlos V las dos noches que permaneció en Llanes, y un poco más adelante, en dirección a la plaza, una preciosa casa del siglo XV. La plaza de Santa Ana está dominada por la majestuosa mole del palacio del Marqués de Castañaga, también del siglo XV, con un paso elevado que conduce a la capilla. Otros tres palacios hay en esta plaza, siendo el de Babilonia muy notable, y la llamada Casa de la Ballena, en la que se despiezaban y subastaban las ballenas; y la ermita de Santa Ana, de tradición marinera, y de la que dice Foronda que [111] «desde el siglo XV rinde culto a la Madre de María el Gremio de hombres de mar y en la que hubo una cofradía de San Nicolás, cuyas antiguas constituciones fueron aprobadas por los Reyes Católicos. La importancia de esta matrícula puede juzgarse por el ofrecimiento que su gremio y pueblo hicieron al rey Felipe II de cuatro galeras armadas y tripuladas por sus naturales para formar parte de la escuadra Invencible contra Inglaterra».

El Gremio de Mareantes tuvo enorme importancia en Llanes durante toda la Edad Media; durante siglos, los marineros llaniscos salieron a la caza de la ballena, en algunas ocasiones asociados con arponeros de Fuenterrabía; sin embargo, la retirada de las ballenas de estas costas y el mal estado del puerto condujeron a la completa decadencia de las actividades marineras. Ya Laurent Vital señala en su crónica las malas condiciones de este puerto: «Y cuando hace tiempo rudo, entonces es muy peligroso para los barcos entrar en esta villa, y también salir, a causa de las rocas que hay, que apenas si se ven, si no es en bajamar».

La llamada Casa de las Sirenas, en la plaza de las Barqueras, que conserva una ventana antigua con dos sirenas talladas, es otra manifestación del pasado marinero de la Villa. Y entre otros edificios notables merece la pena citar el antiguo convento de Agustinas Recoletas, en la actualidad «Hotel Don Paco», con una hermosa fachada del siglo XVII.

Con el tiempo, Llanes se tornó una Villa burguesa, residencial y de servicios; como escribe Ramón Pérez de Ayala en su novela «El ombligo del mundo», que se desarrolla en un Llanes apenas disfrazado por el nombre de Reicastro: «Las clases sociales del valle [112] de Congosto son cuatro. Una rústica, los aldeanos, que viven con descuido y sosiego, porque la propiedad está muy repartida, la tierra es dadivosa, cuando no la poseen pagan renta escasa. Tres clases urbanas. la marinería: hombres taciturnos, imbuidos de hereditario terror al mar, y mujeres alharaquientas, como si de continuo educasen la garganta y la carátula para las imprecaciones ante la tormenta y el naufragio. Los menestrales y artesanos. La clase media, que abarca desde los mercaderes con tienda puesta hasta las familias de añejo patrimonio, reducido ya a un rédito sobradamente parvo. Más que clases sociales son castas, y jamás se mezclan ni cruzan».

Sin embargo, la frecuente emigración a América, preferentemente a Méjico, aparte de elevar considerablemente el nivel de vida de la villa y de la comarea, permitió que en ciertos aspectos las relaciones entre las clases sociales no conocieran el enconamiento que hubo en otros lugares de Asturias. Por otra parte, diversos autores han ponderado el carácter cordial y abierto de los llaniscos; así, Laurent Vital: «Para volver a hablaros de la villa de Llanes, os digo que en verdad se hace mucho de estimar y encomendar y amar a sus habitantes»: y elogia el cronista su fidelidad a sus principios políticos. Para Jovellanos, Llanes es «población limpia, con señales de abundancia: gente de buena civilidad». Y el general Estébanez consigna su estancia en Llanes como uno de sus mejores recuerdos: «Mi vida en Llanes fue tan agradable que conservo memoria imperecedera de la villa, de sus cercanías y de sus habitantes. No he vuelto nunca; pero si me pusieran con los ojos cerrados en el convento de Celorio, o en el puente de San Antolín, o en el bufandero de Santiuste (bufón, como dicen por allá) me [113] iría sin vacilaciones a una casita blanca, en la plaza de la iglesia». Y añade: «He tropezado con bastantes llaniscos por el mundo, sobre todo en Méjico, y siempre he visto con satisfacción que si yo me acuerdo de la patria de Posada Herrera, tampoco en ella se han olvidado de mí».

Para George Borrow, «Llanes es una ciudad antigua, de gran importancia en otros tiempos»; y según Caunedo, «la pesca, la navegación y el comercio enriquecieron a sus habitantes en los pasados siglos, más hoy aparece decaída de su esplendor. Conserva algunos trozos de su almenada muralla, y una torre fuerte con su foso, de la que es alcaide el Conde de la Vega del Sella. Tiene un delicioso paseo en la loma llamada San Pedro, de donde se descubre un magnífico y extenso panorama, conjunto de mar y tierra».

No obstante, Llanes en la actualidad continúa conservando su sentido de capitalidad de una extensa comarca: es la gran villa del Oriente de Asturias, del mismo modo que Luarca cumple esa misma función en el Occidente: así la vio Valentín Andrés Alvarez en su «Guía espiritual de Asturias»: «Desde su corazón triangular, cuyos vértices ocupan Avilés, Oviedo y Gijón, la región se extiende hacia Oriente y hacia Occidente, hacia Llanes y hacia Luarca, villas que además de sus encantos propios son dos fortines avanzados, defensores de los sentimientos del alma astur ante los suaves encantos y sugestiones de Galicia y de Cantabria. Llanes, entre la Asturias de Santillana y las Asturias de Oviedo, es la villa donde ricos indianos, que sintieron en la juventud la atracción de América y en su madurez la mucho más intensa del retorno, conviven con linajudos señores de temple hidalgo muy montañés; y en esta mezcla lo que caracteriza, a nuestro [114] juicio, el espíritu llanisco: lo que vino a través de los siglos y lo que llegó a través de los mares».

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 107-114