Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Observatorio

A propósito de la oficina de laicidad que impulsa el Ayuntamiento de Oviedo

Imaginamos a los ediles progresistas de Oviedo encaramados en la Torre de la Catedral, vigilando con un anteojo las calles, como si fueran don Fermín de Pas resucitado, para dar el grito de alarma si ven a alguna niña con una medallita del Niño Jesús al cuello, en cuyo caso sería inevitable y urgente que entrara en funcionamiento la "policía religiosa" ya que los bomberos, que en la novela de Ray Bradbury se dedicaban a quemar libros, bastante tienen encima con los sobresaltos de las pasadas semanas.

El rótulo de "Observatorio Municipal de laicidad" con el que el tripartito municipal ovetense pretende "impulsar la libertad religiosa" de sus administrados, no es de esta época, ni siquiera de la situación extraña en la que estamos y que, de momento, todavía observa ciertas normas de convivencia. Pertenece al mismo orden que el Ministerio de la Verdad de la novela "1984" de Orwell, a oscuras pesadillas del pasado, de la "libertad" brazo en alto (la mano abierta o cerrada, da igual), camisas rojas, azules o pardas, y'desfiles al paso de la oca o similares.

Se resucita que "la religión es el opio de los pueblos" y otras antiguallas pasadas de moda y de lugar, cuando las verdaderas drogas de nuestro tiempo, aparte las que vuelven a los usuarios tarumbas, son los deportes masivos y la electrónica de bolsillo que están convirtiendo en becerril a una sociedad desquiciada. El inesperado y absurdo resurgimiento con ánimo chequista del frenesí anticlerical parecía superado en el siglo XIX. ¿Habrá cosa más ridícula que algo tan decimonónico como el anticlericalismo avanzado el siglo XXI? Pero de un país que permite la existencia de oficinas de "pureza lingüística", que promociona lenguas inventadas para sustentar el separatismo, puede esperarse cualquier cosa. Primero, que cada uno hable como ordena el estado separatista: después vendrá la "libertad religiosa", que consistirá en prohibir cualquier forma de religión.

Julio Caro Baroja consideraba al anticlericalismo como "un tema viejo y hoy casi folklórico" hacia 1980: lo que indicaba que no había muerto del todo. El anticlerical que se reía a mandíbula batiente leyendo "El Frailazo" o se reunía con los amigos a comer carne los viernes de Cuaresma en una fonda céntrica, era un personaje de comedia. Luego se quemarían iglesias y se asesinarían sacerdotes. Pero el nuevo laicismo pretende implantarse en defensa de la libertad. "El Estado no puede discriminar a sus ciudadanos por motivos religiosos", aseguran esos grandes defensores actuales de la libertad religiosa, que no veo yo que peligre porque haya una calle que se llama Santa Susana o porque algunos vayan a misa de San Isidoro, ni que la existencia del Campo de San Francisco pueda ofender a un ateo. Por lo que tanto ateos como cristianos, judíos, musulmanes, budistas o animistas debieran oponerse a ese laicismo fascistoide que atenta contra la libertad religiosa de todos.

La Nueva España · 10 mayo 2016