Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Santa Teresa de Jesús: una autora clásica en el santoral

Una de las escritoras más extraordinarias, que innovó si darse cuenta

El siglo XVI español fue el de los grandes descubrimientos, el de los grandes conquistadores, el de los grandes poetas, el de los grandes juristas, el de los grandes novelistas, el de los grandes hombres de Estado, el de los grandes santos. Un país en plenitud es capaz de producir grandes cosas simultáneamente. Entonces, España marcaba el paso del mundo cuando ahora se lo marcan: entonces los mayores españoles entendían que esta vida era poco por lo que aspiraban a otra más grande y plena mientras que los de este tiempo se. conforman con trabajar poco y la jubilación.

Santa Teresa de Jesús, en el mundo Teresa de Cepeda y Ahumada, entrevió la otra vida, más plena y luminosa, a través de los resquicios del "castillo interior", por medio de los "raptos místicos" que era evidente que la conducían a otra parte. La medicina no tiene qué decir de estos transportes, porque en el peor de los casos se sitúan en el terreno de la literatura, no de la ciencia. Si aplicar métodos "científicos" en la literatura es una brutalidad, ¿qué no será ensayarlos con la mística? De ser Teresa una epiléptica lo era "a lo divino", terreno vedado a la ciencia, que no tiene manera de comprenderlo, mientras que Teresa lo comprendía a su manera, descoyuntando la prosa si era preciso, para explicarlo. Entendía, por ejemplo, que el cielo es lugar de luz, y pedía luz al Señor "para que yo pueda dar alguna a estas vuestras siervas, pues sois servido de que gocen algunas de ellas tan ordinariamente de estos goces, porque no sean engañadas, transfigurándose el demonio en ángel de luz": pues también las monjas, y acaso más que nadie, están sometidas a tentaciones.

Teresa imaginó las moradas celestiales, entrevió la luz del cielo, rozó con sus dedos la divinidad y todo ello explicándolo como la gente del común, pues escribían como hablaba, y, como señala Ramón Menéndez Pidal, "la prosa de la Santa es el tipo perfecto del lenguaje familiar de Castilla en el siglo XVI, el mismo de la conversación". Perdiéndose en elevaciones inconcebibles, es la escritora española que pisa la tierra con mayor firmeza y conocimiento, la dura tierra de Gatarrondura, de Ávila, de Salamanca, de Burgos, de Alba de Tormes, donde terminó su viaje mundano en 1582. Cualquier procedimiento le era válido para explicar lo inexpresable, como la parábola de "El huerto del alma", o esas poesías ligeras como el sonido de cristal: "Pues nos dais vestido nuevo, / rey celestial, / liberad de la mala gente / este sayal". En su prosa siempre hay un interlocutor, Dios o las monjas por lo que su mística es a la vez didáctica. No quiere que sus experiencias se agoten en ella misma: se propone compartirlas, aunque la lengua le resulte insuficiente: y, no obstante, retorciéndola, buscando sentido nuevo a palabras viejas, consigue lo imposible. Es una de las escritoras más extraordinarias, una innovadora que no se da cuenta de que está innovando pero que sabe que la lengua es el vehículo para lo que ha de contar. Y en esa lengua está fresca, como si su autora no hubiera nacido en 1515.

La Nueva España · 15 octubre 2015