Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Una forma originalísima de gobernar

La mentira forma parte de las artes más depuradas de los gobernantes latinos

Hace bastantes años, el político norteamericano Gary Fisher perdió todas sus posibilidades para llegar a la Casa Blanca al ser sorprendido en un renuncio con una señorita e, investigado por el Senado, afirmó que no había pasado nada. Los sectores más progresistas de Europa, y señaladamente de España, se llevaron las manos a la cabeza, clamando contra la intransigencia sexual en los Estados Unidos. Pero el motivo del ostracismo de Fisher no fueron sus devaneos, sino que hubiera mentido. Años más tarde, Clinton reconoció sus golferías con una becaria y no pasó nada.

Ahora, por mucho que se admire a los anglosajones y todo el mundo quiera hablar inglés, suponiendo que es un "sésamo, ábrete", lo cierto es que hay dos maneras de gobernar en el mundo civilizado: la anglosajona, en la que se repudia y castiga la mentira, y el latino, donde la mentira forma parte de las artes más depuradas de gobierno. El respeto a la verdad es el culto a la ley, según De Gaulle, quien le confesó a Malraux que "es un sentimiento que pone a las democracias anglosajonas y escandinavas por encima de la nuestra. Y la ley no es sino el Estado. En el ámbito político, en el religioso, los latinos nunca supieron del todo cuando eran Roma y cuando fingían serio". Un ejemplo de la desconfianza hacia la Ley lo tenemos reciente: el ministro Margallo declaró que en el caso de la secesión de Cataluña se aplicaría la Ley, y toda la izquierda, desde la que llaman "moderada" hasta la que propugna la guillotina, se alzaron de patas, denunciando que el gobierno iba a sacar los tanques. Confundir la Ley con los tanques, incluso en casos de demagogia exagerada, es gravísimo.

En "Muerte en Venecia", de Thomas Mann, se sospecha que la peste se extiende por la ciudad, pero todo el mundo lo niega, desde la Alcaldía hasta los botones de los hoteles. Para saber la verdad, Gustav von Aschenhach acude a una agencia de viajes cuyo administrador tiene aspecto anglosajón para que le confirme los rumores. En efecto, en Venecia hay peste. Y donde no es Venecia, hay peste también. La peste de la mentira, del engaño, de la chapuza. En estas artes aplicadas a la política, España produce maestros redomados. Después de haber sido gobernados por uno que no creía en la nación, ahora lo somos por un original personaje que ha incumplido todas sus promesas de gobierno, desde que no subiría los impuestos a su presente actitud respecto a una de sus banderas, al respeto a la vida, por no mencionar su pusilanimidad frente al separatismo. Lo grave no es que esté gobernando para quienes no le van a votar, sino que es incapaz de gobernar en mayoría, cosa nunca vista en los anales políticos de ningún país. Más parece un sucesor de Z. que quien encabezó la oposición a aquel nefasto gobierno. Y a pesar de sus mentiras e incumplimientos, ese original político esperará que quienes le votaron vuelvan a hacerlo, considerándolo un mal menor ante lo que se avecina.

La Nueva España · 9 octubre 2014