Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Volviendo a leer a Orwell

El despotismo sin límites hacia el que se encamina el hombre moderno y tecnologizado

El artículo «Universo post-orwelliano», de Joaquín Rábago, publicado en este periódico el pasado día 5, es de los que da motivo para pensar: excelente artículo, por tanto. Según el profesor alemán Byung-Chul Han, no puede hablarse de Orwell a propósito de lo que hoy sucede a escala global. Es cierto, pero no es exacto. El Estado-partido único de Orwell ha sido muy superado por el universo electrónico, y ya no es necesaria la cámara de tortura para que el sujeto confiese, sino que al «zombi» (de acuerdo con la terminología que se les aplica a los usuarios de las nuevas tecnologías, según ha revelado E. Snowden) le basta con tener el ordenador a mano para descargar su intimidad, conforme con el veredicto de un vendedor de esos electrodomésticos: «La privacidad ha muerto». En un mundo en el que se supone que la libertad es absoluta y no existe la privacidad, «todo está permitido»: para ello no hace falta que Dios haya muerto, sino que basta con comprar un artefacto como antaño se compraba una lavadora. Antes, el Estado controlaba por medio de la coacción en diferentes grados de intensidad y ahora lo hace excitando la vanidad del «zombi». Todo el mundo puede poner su vida en el aparato como si se tratara de una folclórica, y todo el mundo puede manipular artefactos sofisticados como si fuera un científico de categoría, aunque a él solo le sirva para enseñar testimonios gráficos de una excursión al Naranco. Tan poderoso es todo esto que ya no necesitamos ni Estado: basta con la «industria cultural», que ya empezaba a perfilarse como inquietante a mediados del pasado siglo. El consumidor está más contento con sus «vidrios y piedras de colores» que nunca y los usuarios se convierten en los mejores propagandistas del invento, a veces agresivos. Empiezan por sorprenderse de que haya alguien que no tiene correo electrónico y al cabo, le insultan.

El consumo siempre obedeció a invitaciones poderosas. Hasta hace no mucho tiempo, el coche, con sus variantes (moto, yate) representaba el triunfo social, mas cuando todo el mundo tuvo coche perdió significado. La electrónica representa algo más vaporoso, más pretencioso y más amplio: es la tecnología, es la modernidad, y ¿quién se niega a ser moderno?

Mas, pongamos las cosas en claro. Orwell en ningún momento dice que los sujetos bajo el Gran Hermano fueran infelices. Todos los regímenes totalitarios, y ahora la «industria cultural», buscan la felicidad de los sometidos, por lo que el disidente es rechazado como un peligro porque pone en peligro el sistema, bien oponiéndose a la dictadura o no comprando el ordenador. Lo más terrible (y repugnante) de las dictaduras es que se aceptan voluntariamente. Hitler no se impuso por la fuerza, sino que ganó unas elecciones. Entre nosotros, ¿cuántos se oponían al franquismo a comienzos de los años setenta, cuando la presión policial no era agobiante? Una minoría.

No hay que ir a Orwell para buscar una descripción del universo hacia el que se encamina el hombre moderno. Hay que retroceder más atrás, a Kafka y Dostoievski. Chagalev pontifica en «Los poseídos»: «Partiendo de una libertad sin trabas desemboco en un despotismo sin límites». De momento, estamos en la primera fase. ¿Estará en nuestras manos no llegar a la segunda?

La Nueva España · 13 febrero 2014