Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El centenario de Claude Simon

Un Nobel respetable que leía a Faulkner y tenía sustancia narrativa

Las grandes innovaciones literarias, y en general artísticas, emprendidas individualmente o en grupos, cuando se les pasa el momento quedan anticuadísimas, polvorientas e inútiles, y al cabo de pocos años nadie se acuerda de ellas. En cualquier caso, sobreviven mejor las intentonas individuales, como las de Picasso o Joyce, que las colectivas, porque, desde el dadaísmo al "noveau roman", sus propuestas se hundieron de manera menos aparatosa que efectiva. El siglo XX fue el de las grandes novedades: también el de la bomba atómica, el triunfo de los totalitarismos y de los estados policiales, los campos de concentración y exterminio y la dependencia de la ciencia del Estado. A estas estremecedoras tragedias se suman las calamidades de los "ismos" artísticos, de las novedades sin otra justificación que abolir lo antiguo y salga el sol por Antequera. Lo estimulante es que todas las manifestaciones de la modernidad se derrumbaron como el muro de Berlín y el sistema socialista de la URSS, que se preveía como otro Reich de los Mil Años que instauraría el Reino del Hombre sobre la Tierra: bastó sólo con el implacable paso del tiempo. Florituras de salón como el "nouveau roman", la "nouvelle vague", la "nouvelle cuisine" se han desvanecido y si sobreviven algunos remedos de la "nouvelle cuisine", de manera retórica y penosa, evocando sueños, se debe a que los espíritus verdaderamente "modernos" como los "progres" del 68 y sus vástagos no tardaron en tener gran poder adquisitivo. Estaba visto que aquellas "novedades" eran flor de un día. Lo que no se sospechaba era que el afrancesamiento fuera a desvanecerse tan rápido y que París, la capital del siglo XIX, fuera desplazaba en toda la regla por Nueva York, la capital del siglo XXI. Claude Simon, nacido en Tananarive (Madagascar) el 10 de octubre de 1913, de padres franceses, claro es, fue uno de los más conocidos representantes del "nouveau roman", cuyos límites eran Nathalie Sarraute, que procuraba captar ciertos movimientos que se anticipan a las palabras, y Simon, que pretendía expresar por el vértigo de la palabra el espesor del mundo. Y entre uno y otro, Duras, Ollier, Butor, Robbe-Grillet... Es más novelesco adentrarse en el "espesor del mundo" que componer textos asténicos con "palabras exigentes", por lo que Simon, que además había leído a Faulkner, se situó bastante al margen del grupo. Sus novelas tienen títulos más esplendorosos que sus contenidos: "La hierba", "El viento", "El palacio"; también "Gulliver", "El camino de Flandes", "La batalla de Farsalia"... Lo malo es cuando intenta uno releerlas. No obstante, hay en ellas más substancia narrativa que en la quirúrgica asepsia de Sarraute, en el mundo visto a través de cristales opacos de Butor o en la geometría de Robbe-Grillet. En "La batalla de Farsalia", por ejemplo, hay una historia que si la comparamos con otras novelas tiene verdadera envergadura y hasta es posible desentrañarla sin decepción. Después de haberse apartado de la "literatura que se interroga a sí misma", a Claude Simon le concedieron el premio Nobel en 1985 y ahora cumpliría cien años: dos maneras de alcanzar la respetabilidad.

La Nueva España · 11 octubre 2013