Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La «grandonada» olímpica

Las Olimpiadas generan cuantiosos gastos al Estado, es decir, a todos los españoles

No sé cuántos millones les costó a los madrileños el alarde del «progre» Ruiz Gallardón (ser «progre» siempre es nefasto, pero serlo de derechas además es ridículo) de situar a Madrid en las expectativas olímpicas para la siguiente edición de los vistosos juegos. Se dice que eso de que una ciudad sea sede olímpica es como si le tocara la lotería al país donde esa ciudad se encuentra; pero una lotería muy especial, porque en este caso es como si el agraciado con el premio gordo tuviera que correr con todos los gastos del premio, ya que, en tanto no se demuestre lo contrario, los cuantiosos gastos generados por las Olimpiadas van por cuenta del Estado, esto es, se hacen con dinero público, pero, como es sabido, «no es de nadie», es decir, es de todos. Así que, señores míos, preparan la cartera y a apoquinar aún más de lo que apoquinamos, si es que nos cae la breve olímpica.

Todavía recuerdo con espanto y horror aquel ario del despilfarro de 1992 en que coincidieron sobre territorio nacional las Olimpiadas, la feria de muestras de Sevilla y la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América, que nuestros gobernantes «progres» de aquella no se atrevieron a llamar «descubrimiento» y llamaron «encuentro» para que no se inhibieran muchos invitados que acá vinieron y fueron tratados como reyes para echarlo sobre uno de los acontecimientos centrales de la historia de la humanidad. De las ferias de Sevilla se hicieron las cuentas del Gran Capitán. Uno de los motores del sistema ya se había puesto en marcha sin disimulos en un proceso de transculturación parecido al del azúcar: los españoles llevaron allá la picaresca y trajeron la «mordida».

Una de las justificaciones de las Olimpiadas es que son un inmenso escaparate abierto a todo el universo. Descontando a los que no les gustan los deportes, entre los que me cuento, tal ostentación publicitaria para demostrar que el país al que le cayó la china olímpica es modélico y maravilloso, recuerda a la antigua «mili», en la que por las mañanas el cuartel estaba preparado para la revista hasta que llegara el coronel, cómo si éste no hubiera sido antes teniente y no supiera lo que había detrás de un cuerpo de guardia impecable. Yo no dudo que España es el mejor anfitrión del mundo: la avala una dedicación turística muy adecuada a la idiosincrasia nacional. Pero, ¿se olvidarán para esas fechas los Bárcenas, Eres, Palau y otras novedades que puedan producirse hasta 2020? El país, en estos momentos, está haciendo unos sacrificios casi sobrehumanos. No hay un duro y todo se recorta. Los españoles son cada vez más pobres, con menos poder adquisitivo y con esperanzas muy remotas de recuperar el que se tuvo en tiempos, y ya se están haciendo planes para la disipación olímpica, demostrando que el «grandonismo» no es exclusivo de Asturias. ¡Todavía no se salió de la crisis y ya se piensa en tirar de nuevo la casa por la ventana!

La Nueva España · 8 agosto 2013