Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Una porcelana

La lengua como instrumento, y no como ideología

El otro día, en una de esas tertulias políticas televisivas que han desbancado en audiencia a las de los golfos, un señor educadísimo y de buena palabra que se autoproclamaba liberal aunque no pasa de la UCD de Suárez y de una «corrección política» que da grima, defendió la avasalladora y totalitaria política lingüística de Cataluña afirmando que el catalán es «una porcelana» a la que hay que proteger de los peligros que la acechan. La comparación me dejó un poco perplejo. Si una porcelana cae al suelo se rompe, en efecto. El equivalente a la caída de la porcelana sería que la lengua se dejara de hablar. Pero si una lengua se deja de hablar, no pasa nada, absolutamente nada, ni el vasto movimiento de la gran cultura del Occidente cristiano perderá nada porque el catalán no se hable. También se dejaron de hablar el griego clásico y el latín, lenguas más ilustres que el catalán (que me perdonen los afectados por la «corrección política»), pero la cultura y la literatura que transmiten constituyen nuestros sólidos cimientos. Y si hoy alguien quiere hablar o escribir en latín o griego, nada se lo impide: el sistema lingüístico está perfecto, bien engrasado y a disposición. Por todas partes tenemos diccionarios, gramáticas, crestomatías, reediciones de clásicos que permiten que una lengua sin hablantes continúe siendo universal e influyendo poderosamente sobre el mundo presente. No se hablan el latín y el griego, pero esas lenguas continúan activas y vivas hasta que nos metan a todos de cabeza en la gran caverna electrónica. Así que, pierda cuidado don Ricardo Fernández Deu: si una porcelana cae al suelo se rompe, pero si cae un diccionario o una sintaxis no pasa nada.

Ni nos empobrecemos culturalmente siquiera. La literatura catalana es un fracaso histórico fuera de Cataluña, y en España solo son conocidos los autores que escribieron en español. Si esa literatura no consiguió imponerse ni en una época de fuertes subvenciones, ¿esperarán ahora que la traduzcan al sueco?

La función de la lengua es la comunicación, y no la afirmación nacional, como pretenden los separatistas, en cuyo caso la lengua se convierte en un instrumento político, no de comunicación, sino de aislamiento, tal como lo entendía Sabino Arana, que prefería que un vasco no supiera vascuence a que un maketo lo supiera. El problema del catalán, lo mismo que el del vascuence y el del gallego, no es lingüístico, sino político. Los separatistas continúan creyendo, como los románticos que seguían a Fichte, que basta tener una lengua para tener nación. Claro que Fichte se refería a la lengua alemana. Se trata de la utilización abusiva de una lengua, que no es una bandera ni un cóctel Molotov. La lengua ni siquiera es una ideología: es sólo un instrumento. Y si el instrumento queda anticuado o es insuficiente se usa otro. No pasa nada. El instrumento viejo puede conservarse, y hasta meter su diccionario en una vitrina.

La Nueva España · 6 junio 2013