Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El crucifijo

A propósito de la retirada del símbolo cristiano de la propuesta del juramento de un nuevo rey

Para Marili: que todo salga bien.

Vivimos en un mundo dominado por la impaciencia, expresión de descontento y de desasosiego, de inquietud. A algunos estamentos de la población, las más «progresistas» o «progreseros», que decía Unamuno, les ha entrado la prisa, bien que en un sentido negativo, porque no anuncian otra cosa que desapariciones o destrucciones: de aquí a la vuelta de la esquina no habrá libros ni periódicos ni estados nacionales, salvo los que sirvan para destruir a la nación, ni moral ni privacidad. ¡La privacidad ha muerto!, proclamó un salvaje con parecido énfasis al que de aquellas voces que escucharon unos nautas de los que nos dice Plutarco anunciando que el gran Pan había muerto. Y ya que la revolución no va a barrer todo lo antiguo (porque la revolución cuando se institucionaliza es lo más conservador que puede darse), va a terminar con todo la electrónica, a la que como se le conceda más importancia que la que tiene (la de un simple instrumento, de no mayor categoría intelectual que un martillo o un azadón), nos conducirá por la vía rápida al Estado policial.

Una de las manifestaciones de esta impaciencia, de esta inquietud, es la de los que desean que el príncipe Felipe sea proclamado rey de una vez. ¿Por qué, si el Rey todavía está en el trono? Tal vez obedezca a un concepto sindicalista de la Monarquía (jubilación a los setenta años) o a la esperanza de que después de una abdicación sea más fácil el retorno de la II República bis (a ser posible, en versión frentepopulista). De momento, ya una revista publicó un instructivo reportaje sobre cómo será la proclamación como rey de Felipe IV, en el que se tienen en cuenta todos los detalles del protocolo futuro, más notable por lo que se elimina que por los posibles añadidos. Desaparecerán el yugo y las flechas de estandarte del nuevo rey, con lo que se demuestra que la ignorancia recuerda mejor a un dirigente fascista como José Antonio Primo de Rivera que a un catedrático socialista como Fernando de los Ríos, que fue quien reivindicó el yugo y las flechas para el escudo de España. También se jurará sobre la Carta Magna en lugar de hacerlo sobre los Evangelios, lo que supone un empobrecimiento clamoroso, porque los Evangelios son mucho más que la Constitución, incluso en el terreno literario; aunque lo pavoroso sería que un nuevo rey no jurara, sino prometiera. Y, en fin, se prescindirá del crucifijo en la ceremonia. Quienes tal proponen solo ven en el crucifijo un símbolo religioso, presente, en cualquier caso, a lo largo de toda la historia de España y de Europa. El crucifijo no sólo es el símbolo del cristianismo: lo es también de nuestra cultura, de nuestra civilización, de nuestro mundo social y afectivo. Porque sin cristianismo y sin la herencia griega no hubiera habido Europa, ni libertad ni, naturalmente, monarquías constitucionales.

Cuando se renuncia a lo que se fue se está echando todo por la borda. Afirmaba León Felipe en un poema (muy malo, por cierto) que España había acabado en una charca (el franquismo, obviamente). Lo malo es que a fuerza de mirar para otro lado y de despreciarse a sí misma, la charca ya es cenagal.

Cualquier español semiinculto sabe quiénes fueron Balzac y Dickens. ¿Cuántos ingleses y franceses cultos saben quiénes fueron Galdós o Valera, o Clarín?

La Nueva España · 16 mayo 2013