Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Las montañas doradas

Una excursión entre colores cálidos del otoño

Nos asomamos al balcón del otoño entrando a la salida de Sevares, en dirección a Santander por la desviación a mano derecha hacia Ponga y a los pocos metros, dejando esta carretera que por Cazo sale a Sellaño, seguimos a mano izquierda el ramal que conduce a Villar y Caldevilla, donde un monumento al «gochín» emparienta esta localidad con Noreña y con Lalín. Tomamos altura sobre el largo y perfectamente delimitado valle del río Piloña, que discurre ancho y lento bajo la sierra del Sueve, que llena todo el norte de este majestuoso paisaje. El valle del Piloña, visto desde aquí o desde Arenes, en la carretera de Ozanes a Cangas de Onís, es magnífico, rodeado de montañas y salpicado de aldeas, de caserías y de bosques. Entre altas colinas se abre la hoz que taja el río Tendi bajando desde Ponga. Por encima de las colinas y de los bosques asoman los picachos y los murallones que descienden como cascadas de los Picos de Europa.

Estos montes llamados de Sevares no son de demasiada altura en comparación con los Picos, y la vegetación y los árboles llegan hasta las cumbres redondeadas, por lo que sus laderas ya están encendidas por el otoño, sucediéndose los colores cálidos: cobre, caldera, tierra, amarillo verdoso, rosado, amarillo luminoso, rojo. Una senda de árboles dorados asciende la ladera en medio de un pinar. Abajo, en la margen del río, los árboles esbeltos y alargados son estallidos de luz. Conforme ascendemos queda muy abajo el bosque tupido llenando una vaguada. Más arriba, sobre las laderas pardas se espacia el arbolado y sólo algunos pinos llegan cerca de las cumbres.

La carretera está llena de curvas y baches. Una encrucijada ofrece tres opciones: Fontecha hacia abajo, El Picu hacia arriba y a la izquierda, hacia el Este, Viriu, que está en el fondo de un valle; por esta carretera (un poco mejor que la que nos condujo hasta aquí) se baja a Llames de Parres. Hemos perdido el Sueve a nuestra espalda y vamos por una carretera estrecha y oscura que atraviesa el bosque. Los campos húmedos están cubiertos de helechos amarillos y en una casería hay buena plantación de berzas. En La Roza una moza cuida vacas; enfrente, en la ladera del otro lado del valle, se dispersan las casas de Llerandi. Varios corzos han cruzado antes que nosotros y desde el linde del bosque nos contemplan con curiosidad. Un cerdo inmenso, tan grande como el toro blanco que mató Antoñete, come bellotas y no se aparta. Una vieja que anda por allí recogiendo castañas comenta: «Es muy neciu». Más abajo el valle se abre a grandes praderías y a vacadas considerables. Asoman las casas de Llames de Parres, donde nos detenemos en Casa Gaspar, un bar que tiene un teatro en la trastienda y donde preparan grandes fabadas. Volvemos a tener el Sueve ante nosotros, cubierto por la luz dorada del atardecer, y los rayos rojizos iluminan las lentas aguas del Piloña. Salimos a Soto de Dueñas. De aquí a Sevares, donde iniciamos la excursión, hay dos kilómetros por la carretera general.

La Nueva España · 29 de noviembre de 2012