Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El rey frente al tirano

El papel moderador y unificador de la monarquía en época de desconcierto

«De Buonaparte y de los Borbones» (Acantilado, 2011), de Chateaubriand, es un panfleto. A un panfleto no se le pueden pedir ecuanimidad, objetividad ni opiniones moderadas. En cambio, es muy difícil encontrar un panfleto escrito con prosa grandiosa, con elocuencia desbordante. Por lo general, los panfletos los confeccionan plumíferos de tercera clase decididos a ser, cuando menos, miembros del comité. Pero Chateaubriand es uno de los más grandes escritores de Francia, y liberada su prosa de los amaneramientos del primer romanticismo, en este panfleto encontramos la expresión majestuosa de las «Memorias de ultratumba» y de las «Cartas y piezas auténticas referidas a la vida y muerte de S. A. R. el duque de Berry». Una adecuada traducción de José Ramón Monreal permite que esa prosa resuene en nuestra lengua casi como en la original.

El panfleto fue escrito en 1814, cuando, después de la desastrosa campaña de Rusia, Napoleón hubo de renunciar a su corona y a su manto de armiño y París fue ocupado por los aliados, quienes, según precisa Chateaubriand, entraron como liberadores en lugar de hacerlo como conquistadores. La versión de Chateaubriand, en este punto como en los demás que trata, es un tanto unilateral: cualquier cosa es buena siempre que sea mala para el derrotado emperador, a quien denomina con su apellido civil, Buonaparte (lo que exasperaba a Napoleón en Santa Elena, cuando Hudson Lowe se dirigía a él llamándole «general Bonaparte»). A juicio de Chateaubriand, su caída no deja un vacío, y él tiene muy claro lo que vendrá después: «Si rechazamos a Buonaparte, ¿quién ocupará su puesto? El rey».

Para justificar al rey, traza un retrato tan ideal como idílico de la monarquía oponiéndola a la tiranía encarnada por Napoleón (es decir, «Buonaparte»). Aunque en su exaltación monárquica y en su aborrecimiento antibonapartista, Chateaubriand no atina a referirse al tiempo presente, sino al pasado y al futuro: la monarquía que él propone sólo existió en las leyendas y en los cuentos de hadas, y el tirano que describe con tintas tan recargadas no es una figura de aquel tiempo, sino mucho más moderna: pues no concibe al tirano, sino al dictador.

Se ha dicho, exageradamente, que Stalin procede de Robespierre y Hitler de Napoleón. No es cierto, porque tanto Stalin como Hitler eran de mucha más baja catadura. Napoleón nunca podría ser Hitler, porque aunque el sueño de la razón engendra monstruos, Napoleón era heredero de la Ilustración, se quiera o no. En cambio, Hitler fue producto del extraño maridaje y confusión entre la ciencia, la técnica y un sentido lineal del progreso.

En este panfleto, Chateaubriand no muestra la menor fascinación frente a Buonaparte (a quien le niega su aspecto luminoso: Napoleón). Escribe en nombre de la tradición y de la libertad: «Bajo el reinado de los tiranos, todas las leyes morales están en cierto modo suspendidas», y añade algo que conviene recordar en toda época frente a los atisbos malignos a la «ingeniería social»: «Las instituciones de los pueblos son obra del tiempo y de la experiencia». El tiempo y la experiencia avalan a la monarquía, aunque la restauración borbónica en Francia duró tanto como la vida del propio Chateaubriand: hasta 1848. No obstante, en época de desconcierto, la monarquía representa un papel moderador y unificador, aunque los Borbones de Francia no hayan aprovechado aquella oportunidad histórica.

La Nueva España · 26 de abril de 2012