Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Ovidio y los amores

Consejos para hombres y mujeres que guardan mucha sabiduría

De los tres grandes poetas latinos, Ovidio es el de obra más variada. No se le puede discutir variedad a Virgilio, que cultivó la égloga, la poesía didáctica y la épica, ni a la múltiple riqueza horaciana, pero la variedad de la poesía de Ovidio está más incrustada en su biografía, y en parte obedece a los altibajos de su peripecia vital. Virgilio y Horacio no tuvieron problemas con el sistema al que sirvieron, sobre todo el primero, y del que recibieron a cambio tiempo y sosiego para elaborar sus obras. Las reticencias de ambos hacia Augusto (Virgilio ordena la destrucción de «La Eneida», según Michel para que no se le identificara con un sistema político en el que había dejado de creer; los elogios de Horacio a la vida retirada, propia del sabio) fueron discretas, lo que les impidió incurrir en los lamentos desmesurados de Ovidio después de haber caído en desgracia. De los tres, el poeta de Samnio, fue el más mundano: vivió con aprovechamiento la «dolce vita» de una de las mejores épocas de la Roma eterna. De los tres grandes poetas, fue el más golfo, y de ello deja constancia en una de las secciones más conocidas y reeditadas de su obra. Aunque no fue por poeta erótico por lo que sobrevive como uno de los grandes artífices de la Edad Media, a la par que Virgilio, sino por la «Metamorfosis», esa vasta enciclopedia de mitología vivísima, que fue admirada por su vastedad de noticias más que por sus bellezas poéticas en esa época intermedia en la que Europa se asienta firmemente sobre las ruinas de Roma y se crea un género literario a partir de entonces imprescindible, el de la Enciclopedia, las «summas». Y los dos padres enciclopedistas de Europa fueron Plinio, del enciclopedismo científico, y Ovidio, del literario. Más antes que el enciclopédico, Ovidio fue el erótico, y al final el elegiaco: los tres rostros de Ovidio, uno más que Jano (a quien dedica el primer canto de los «Fastos»).

Ripert define a Ovidio, en el estudio que le dedicó en 1921, como el poeta del amor, de los dioses y del exilio. El poeta ligero el de «Ars Amandi» (el arte de amar sin amor), de «Amores», de «Remedia amoris», de las «Heroidas», ya era en su tiempo el más conocido y celebrado, aunque le recuerda a Augusto en unos versos de «Tristia»: «No creas que toda mi obra es de carácter indolente: con frecuencia he dotado a mi nave de grandes velas». Las «grandes velas» son «Metamorfosis» y «Fastos». Y aún le queda por poetizar el duro trago de exilio, en el que alcanza la mayor altura en el género más alto, la elegía, en «Tristia» y «Pónticas», cuya belleza no llega a ser empañada por los frecuentes arrastramientos y súplicas ante Augusto, ante Trajano, ante Germánico, que de nada le sirvieron, pues no se le permitió regresar a Roma y murió en su helado destierro de Tomos, a orillas del Mar Negro.

Eduardo García ha espigado en los versos del Ovidio más risueño para el librito «Los consejos de "El arte de amar"», publicado por Laria en su colección El Reloj de Arena, en la que se proyectan próximas selecciones de Shakespeare, Gracián y Oscar Wilde. Los consejos son tanto para mujeres como para hombres: a éstos recomienda «La demora es una gran seducción». No todo es frivolidad en estos consejos: al lado de la desvergüenza encontramos sabiduría, y uno de los grandes temas poéticos, el paso del tiempo: «La belleza es un don muy frágil, disminuye con los años que pasan y su propia duración la aniquila». El «carpe diem» ovidiano no es menos hondo que el horaciano.

La Nueva España · 22 septiembre 2011