Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Un hombre del Norte

Los ecos de Egil Skallagrimsson, un campesino y poeta nacido en tierras frías hace ahora mil cien años

Egil Skallagrimsson, vikingo, campesino y poeta, nació hace mil cien años, el 910, el año en que se extingue la Monarquía asturiana, en cuyas crónicas se hace mención de los normandos, «gente hasta entonces desconocida, pagana y muy cruel». Los normandos, costeando con sus largas naves erizadas de escudos que les daban el aspecto de serpientes de mar, sin velas y empuñando la espada cuando no el remo (aunque, según Kipling, conocían una piedra imantada que señalaba el Norte, de donde procedían), asolaron los reinos atlánticos, hasta el extremo que en los libros de rezos figuraba en letras rojas: «De furore normanorum, libera nos, Domine». El padre de Egil era herrero, oficio mágico, y Egil, de niño, era muy feo y moreno, grande y fuerte como su padre, y, como afirma Snorri Sturluson, «fue elocuente y listo desde muy pronto, pero tenía mal carácter cuando jugaba con otros jóvenes». Durante su larga vida (vivió hasta el 990, 80 años, edad muy considerable para aquella época de guerreros violentos y ajetreados) realizó diferentes viajes a Inglaterra y a Noruega, aunque siempre terminaba regresando a Islandia. En el 956 sale al frente de una expedición vikinga en compañía de Arinbjörn, en el curso de la cual viaja a Värland y a finales del 957 regresa a Islandia otra vez. Egil y Arinbjörn se separaron con regalos, como buenos amigos: Egil le regaló a su compañero dos anillos de oro que había recibido del rey Ethelstan y Arinbjörn le dio a él la espada «Dragvandil». Egil mantuvo muy buenas relaciones con el rey Ethelstan de Inglaterra, el cual le proporcionó un buen barco de carga, con el que marchó a Noruega, al fiordo de Oslo, donde Thorstein Eriksson tenía una hacienda. Snorri Sturluson nos dice que «Egil se alojó ese invierno en Thorstein, acompañado de diez hombres; llevaron harina y miel a casa de Thorstein; ese invierno reinó gran alegría, y Thorstein vivía magníficamente, pues había suficiente de todo». Corrían los buenos tiempos. Egil tenía gran fama, no sólo como navegante y guerrero, sino como poeta, lo que le permitía agraviar al rey y luego desagraviarlo. «Si Egil ha insultado al rey, puede compensarlo con alabanzas que se recordarán siempre». Luego, con los años, vendría el invierno de la edad en el implacable invierno escandinavo. Fue el mayor poeta escáldico de Islandia. Por sus ocupaciones habituales pudo ser un gran poeta épico: elogió a Arinbjörn y cantó la tormenta, pero, sobre todo, es un inmenso poeta elegiaco, que lloró la «Pérdida irreparable de los hijos», hondo lamento, casi aullido, en el que el poeta está desoladoramente solo, en un caos donde todo se confunde: el mar se transforma en Dios, la familia en bosque y Egil increpa a Odin porque le arrebató a los hijos. Están lejos los tiempos de las naves «ornadas con escudos», de las espadas «nutridas por los lobos», de los señores del mar que repartían oro, de las mansiones de nobleza y del «dulce néctar de la poesía». El poeta compone una elegía ferozmente intimista. Ha cumplido ya los 50 años, y cae sobre él un lento invierno.

La Nueva España · 30 diciembre 2010