Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

«Ulises»

Es la gran novela del siglo XX, no por los lazos que rompe, sino por las amarras que mantiene

Ulises sale de Itaca hacía Troya el siglo VIII a. J.C. Al cabo de diez años reemprende el regreso a la isla de la que era rey, iniciándose el viaje más largo de la literatura universal, concluido el 16 de junio de 1904 en Dublín, de momento. Ningún otro viajero fue como Ulises, según Du Bellay: «Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage», de quien afirmó Joyce que era navegante, soldado de fortuna y el primer «gentleman» de Europa.

No fue el primer viajero: le precedieron el sumerio Gilgamesh, el egipcio Sinuhé y el griego Jason, aunque éste, literariamente, es posterior, porque los poemas que lo trasmiten, la Pítica IV de Píndaro y la «Argonáutika» de Apolonio de Rodas, proceden de «La Odisea». Sin Homero no hubiera existido Ulises ni se hubiera iniciado la narración marítima, por lo que Píndaro intenta disminuir al marino para ensalzar al poeta. Si no hubiera sido Homero poeta tan grande, Ulises no habría llegado hasta nosotros como llegó a la costa de los feacios, entre espumas de mar. Ulises, a pesar de las reservas de Píndaro, es uno de los prototipos del mundo occidental, tal vez por encima de Aquiles (y su versión germánica, Sigfrido), don Juan, don Quijote y Sancho, Hamlet y Falstaff (que, a su modo, son don Quijote y Sancho en versión shakespearina) y Fausto. Ulises, en el mundo griego, es el equivalente al bíblico Jacob: ambos son prudentes e ingeniosos, saben que en determinadas situaciones la maña es más eficaz que fuerza, ambos intrigan, ambos son poco de fiar y a los dos les salen bien las cosas. Aunque a Jacob le falta el aspecto heroico, que también se encuentra en Ulises.

Piero Boitani lo considera el «héroe mítico en busca de la meta de la antigüedad clásica, allende los límites de la propia cultura». El guerrero en Troya muestra una manera nueva de entender la guerra y el navegante se prolonga a través del tiempo y de los mares en el arábigo Simbad y en el céltico Brandán. Como si fueran mares, recorre las grandes obras de la ilustre literatura de Occidente. Eneas no es Ulises, pero Virgilio no hubiera escrito la «Eneida» sin el modelo de la «Odisea». Siglos después, Virgilio guía a Dante a través del trasmundo, y en el canto XXVI del Infierno, Ulises navega hacia la puesta del sol, más allá de las columnas de Hércules. Pues Ulises es el navegante del oeste, siempre hacia el ocaso: Itaca a occidente de Troya, Dublín a occidente de las columnas de Hércules.

En el siglo XVII, Fenelon pone a navegar a Telémaco en busca de su padre. El encuentro aún tardará en producirse. La publicación de «Ulises», de Joyce, en 1922, cierra el gran ciclo abierto por Homero en el siglo VIII a. C. Toda la literatura de occidente se desarrolla entre esos dos títulos. «Ulises» no es una novela innovadora, como aventuran superficialmente los entusiastas de nuevo. Es un libro enciclopédico que acoge las tres herencias inevitables del hombre de Occidente: la clásica, la bíblica y la medieval. Si «Ulises» es la gran novela del siglo XX no es por lo que tiene de nueva, sino porque es antiquísima; no por lo que innova, sino por lo que conserva; no por los lazos que rompe, sino por las amarras que mantiene.

La Nueva España · 2 diciembre 2010