Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Los poseídos

La novela de Dostoievski retrata de manera profética la época moderna

El título de la novela de Dostoievski habitualmente traducida al español como «Los poseídos» o «Los endemoniados», en ruso es «Biesi», que significa «Demonios», ya que los personajes del libro, que no son otros que los «quinqueviros» de Verjovenskji, actúan como demonios (biesi). Según Stepan Trofimovich, son los demonios que se han introducido en el cuerpo de Rusia y «la tienen endemoniada». Unos demonios que provocan tal avidez de tragedia que conduce al abismo, y sobre cuya naturaleza resultan harto explícitos los dos textos que sirven de frontispicio a la vasta novela: unos versos de Puschkin en los que «sin duda los demonios / hasta aquí nos empujaron», y el episodio de los endemoniados de Gerasa, que relata Lucas (8,32:35), donde Jesús libera al geraseno de los demonios, cuyo nombre era Legión, que se habían apoderado de él, trasladándolos a una piara de cerdos que inmediatamente se precipitan al lago en el cual se ahogan. Aunque la clave estremecedora de esta obra se encuentra en otro libro bíblico, en el Génesis (3,4:6), cuando la serpiente le dice a la mujer: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal». La soberbia suicida del hombre, por tanto, está implícita en esta obra terrible en que se presentan situaciones concretas antes que ideas de carácter general: no es casual que dos de los personajes principales se suiciden.

Para Dostoievski, la violencia es una manera extrema y terrible de afirmar la libertad: Raskolnikoff asesina a la prestamista, Kiriloff se suicida para confirmar su ateísmo: si Dios existe, él no es nadie, pero si no existe, él lo es todo, de manera que el suicidio es la única afirmación posible de su ilimitado poder. Los revolucionarios o «demonios» de «Los poseídos», afirman su libertad por medio de la destrucción de todo tipo de orden. La libertad siempre es destructiva. La reforma y la Ilustración, que tantas cosas importantes aportaron al ser humano, también desencadenaron fuerzas terribles, que, a partir de entonces, fue imposible controlar o reducir. La espléndida y armoniosa sabiduría clásica situó la Edad de Oro en el pasado: pero cuando en la época moderna pasa al futuro, bajo la especie de un socialismo de colores, de ahí proceden buena parte de las desgracias que afligen a la humanidad: la esperanza imposible en un futuro fundamentada en el socialismo, que Dostoievski define como algo que «ha destruido las viejas fuerzas, pero no ha creado otras nuevas». El «programa máximo» del demonio y del socialismo son coincidentes: la destrucción del orden social, de la moral y del espíritu.

Dostoievski empieza a publicar «Demonios» en 1870. Entonces fue considerada como una sátira de costumbres extravagantes, y como tal, no despertó temor ni inquietud. Habría de producirse la revolución de 1917 para que confirmara su dimensión profética, grandiosa y terrible: la profecía más espeluznante de la época moderna. Todo lo que luego habría de ser moneda corriente en las sociedades avanzadas de Occidente se encuentra descrito en estas páginas: el snobismo y dandysmo de los nihilistas, la irresponsabilidad de quienes alientan lo que habrá de destruir su mundo y a ellos, con sus personajes característicos, reconocibles e inevitables: el señorito ocioso de buena familia (Stavrogin se define, muy atinadamente, como: «soy un haragán y estoy hastiado»), el resentido con ansia de medrar (Piotr Stefanovich Verkovenski), las damas cursis beatas de la cultura, el escritor afrancesado (implacable retrato de Turgueniev), los equivalentes rusos a nuestros «poetas exquisitos» que vivieron amargados porque perdieron la guerra aquellos que de haberla ganado los hubieran fusilado por gilipollas, y, en fin, los pobres diablos como Liamchim, que estaba convencido de que Stavrogin era un gran tipo y tenía muchas influencias: porque, ¿qué revolucionario no es un clasista sumamente respetuoso con sus superiores sociales? El nihilista es el «dandy» de la revolución que aspira a destruirlo todo para que de las cenizas del mudo viejo surja el orden nuevo; como dice Liamchim: «Para derrumbar los cimientos del Estado, para fomentar la descomposición de la sociedad, para desanimar a todo el mundo e introducir el desorden en los espíritus. Inmediatamente se apoderarían de esta sociedad caótica, enferma, desamparada, cínica y escéptica, con la aspiración de someterla a una idea directora». Los revolucionarios son descreídos, afrancesados y desprecian a su país, porque «cuando no se está enraizado en la tierra, se pierde inmediatamente a Dios». Años más tarde, Ivan Karamazov afirmará tres veces que «si Dios no existe, todo está permitido». La muerte de Diso es la puerta abierta para la libertad absoluta que conduce a la esclavitud más atroz. Al margen de toda moral, todo está permitido. Al final del largo y negro túnel de la libertad sin horizontes se encuentra siempre el mismo demonio, que, para entendernos, recibe nombres conocidos: entre otros, Stalin.

Paradójicamente, un culto socialista dice que «Los desposeídos» debería ser lectura obligatoria. Yo no apruebo leer por obligación, pero es muy recomendable la lectura de esta estremecedora, amplísima y terrible novela, siquiera sea para cerciorarse de que la «progresía» no es ninguna novedad, y que, a pesar de su frivolidad, puede resultar sumamente peligrosa.

La Nueva España · 25 de febrero de 2010