Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Malcolm Lowry, bajo volcanes líquidos

Resulta difícil pensar en un gran escritor abstemio y de existir sus obras carecerían de interés

La literatura del siglo XX fue de grandes bebedores, algunos muy brillantes, en contraste con el siglo XXI, que es de abstemios, y en el que no hay literatura. Yo mismo me volví abstemio en el siglo XXI, aunque nadie podrá leer o escuchar jamás una opinión mía contra el alcohol y los alcohólicos. Tampoco afirmo una relación beneficiosa entre el alcohol y la literatura. Se escribe sin necesidad del alcohol. Pero resulta difícil pensar en un gran escritor abstemio. Probablemente, de existir, sus obras carecerían de interés. Shakespeare, en «Julio César», nos previene contra sujetos delgados y austeros como Casio y Bruto; prevención que ya figura en Plutarco y que repite Quevedo. Bien es verdad que la literatura española no se distingue por el exceso alcohólico (ni por el sexual). Para encontrar verdaderos bebedores tendremos que situarnos en los años cincuenta del pasado siglo; pero aquellos poetas tenían el vino triste. Ambrose Bierce señalaba que los españoles perderían la guerra de Cuba porque eran bebedores de vino, bebida de poca envergadura si la comparamos con el whisky de los norteamericanos.

Entre los grandes escritores del siglo XX, ninguno como Malcolm Lowry, nacido en New Brighton, Cheshire, Inglaterra, el 28 de julio de 1909 y muerto en Ripe, Sussex, el 27 de junio de 1957, a consecuencia del abuso de barbitúricos después de haber bebido alcohol. Como bien saben los buenos bebedores, es muy malo mezclar. El juez que actuó en el caso dictaminó «muerte por desventura», lo que es una curiosa manera de morir y de dictaminar.

Malcolm Lowry vivió una vida extraña, de vagabundo, de adolescente que no tuvo tiempo de madurar y de hombre que fue un desquiciado hasta el último día de su vida. Su padre, Arthur O. Lowry, era un rico industrial de algodón y haber nacido en el seno de una familia en buena situación económica afectó a Malcolm de manera bastante negativa y determinó el curso errático de su existencia. Algunos son desgraciados porque nacen pobres y otros lo son porque nacen ricos. El problema de los primeros es más complicado que el de los segundos. Lowry relata en su primera novela, «Ultramarina», que fue a enrolarse en el barco mercante «Pyrrhus» en el coche de su padre, lo que sentó bastante mal a la tripulación: no porque aquellos marineros fueran envidiosos, que tal vez no lo eran, sino porque se preguntaban por qué aquel niño bonito se enrolaba como simple marinero teniendo un padre con un coche tan caro. «Ultramarina», aparecida en 1933, fue su única novela publicada, hasta «Bajo el volcán», en el año 1947. Es una novela bastante aburrida, a pesar de que Lowry navegó a través de Suez hasta el Océano Índico y el Extremo Oriente. Pero no es capaz de dar sentido al mar, y es raro, porque Lowry poseyó como pocos escritores del siglo XX la intuición de la metáfora, y el mar resonó siempre en su interior. Los hermanos Firmin, Geoffrey y Hugh, no pueden olvidar la fascinación del mar: del mayor, el mar le trae un recuerdo terrible, mientras que Hugh se lo toma como si fuera un personaje de Jack London.

Lowry es escritor de un solo libro, y, leído «Bajo el volcán», se dan por leídos todos los demás que escribió o proyectó, con la excepción de «El sendero del bosque que llevaba a la fuente», hermosa novela corta de plenitud: esa plenitud que alcanzan algunos escritores anglosajones cuando consiguen identificarse con la naturaleza o identifican la naturaleza con ellos. Después de esa plenitud continuó bebiendo en fase frenética; se conoce que la ginebra ayudaba. O que la felicidad es una ficción literaria.

«Bajo el volcán» es la gran novela alcohólica del siglo XX, o una de las tres: las otras dos son «Fiesta», de Ernest Hemingway, y «Dulce es la noche», de Scott Fitzgerald. Que yo, personalmente, prefiera «Fiesta» si hubiera de escoger entre los tres, e incluso «Dulce es la noche» en algunos aspectos, no es inconveniente para que considere a «Bajo el volcán» como una de las mejores novelas del pasado siglo, por encima de las de Hemingway y Fitzgerald. «Bajo el volcán» es una inmensa, alucinada y terrible metáfora: todo lo contrario de una novela. La metáfora es poesía y ningún otro escritor moderno manejó la metáfora como Lowry en esta novela. No soy partidario de ciertas interpretaciones de las obras literarias: pero en el infierno confuso y clamoroso de «Bajo el volcán», todo está muy claro: es un Apocalipsis de su tiempo, que anuncia la erupción del volcán y el estallido de la guerra (no olvidemos que Lowry empezó a trabajar en ella en 1936 y en 1939 inicia la tercera versión: en este sentido, es profético). Según parece, su propósito era escribir de nuevo el gran poema de Dante, en el que «Bajo el volcán» correspondería al infierno, «Lunar caustic», al purgatorio, y «El sendero del bosque que llevaba hacia la fuente», el paraíso. En «Bajo el volcán», se bebe; en «Lunar caustic», se pretende dejar de beber, y en «El sendero del bosque que llevaba hacia la fuente», se bebe agua, que no es tan perniciosa como dicen, según Mark Twain, siempre que se tome en pequeñas dosis. El infierno es una alucinación espléndida, el paraíso está muy próximo a la serenidad, pero «Lunar caustic» presenta los inconvenientes de los lugares intermedios: es una novela monótona, y, aunque breve, cansa. Como era de esperar, en el purgatorio no sucede nada digno de especial mención.

No debemos recordar a Lowry sólo porque bebía, sino porque escribió cosas muy lúcidas y muy desesperadas, con brillantez y poesía. Sabía que «la tierra es una nave condenaba a no llegar nunca a su Valparaíso».

La Nueva España ·12 noviembre 2009