Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Los grandes clásicos

Ignacio Gracia Noriega

Voltaire o el espíritu de su tiempo

Definió la tolerancia de la que tanto se habla y tan poco se practica

Recordemos de tiempos pasados la abominación clerical, principalmente jesuítica, contra Voltaire, a quien denominaban el Impío, como si fuera poco tener ya un impío en Pío Baroja, según P. Ladrón de Guevara (creo recordar). Tanto y tan malo se decía de Voltaire que fue el principal aliciente para que le leyéramos, descubriendo a un autor amable, siempre ameno y en ocasiones divertidísimo. Tampoco se privaba Voltaire de lanzar andanadas contra los jesuitas, pero mientras los ataques clericales contra él estaban llenos de rabia y de mala intención, sus respuestas rebosaban humor, que es lo que peor soportan los fanáticos y los pedantes, porque el humor les desconcierta. Desde luego, los que bramaban contra Voltaire empezaban por no haberle leído, acaso por preservar su entendimiento de la tentación o por no incurrir en pecado, ya que sus obras estaban en el Índice, y basaban sus argumentaciones en considerarle ateo, lo que Voltaire no era. Los antivolterianos tomaban el todo por la parte, y como era anticlerical, le tachaban de irreligioso. A Voltaire no le daba mucho más que los clérigos fueran católicos, protestantes, islámicos o bramanes, y si dedicaba mayor atención a los católicos era porque los tenía más cerca. Pero en sus obras, para referirse a un clérigo, lo llamaba muftí o braman, como podía llamarle jesuita. Lo que Voltaire no admira era que pudieran encenderse guerras feroces entre los que llamaban Dios a quien los de otro pueblo denominaban Alá, y así en "Micromegas", una especie de "Los viajes de Gulliver" a través del espacio, se le explica a un morador de la estrella Sirio: “—¿Sabéis, por ejemplo, que a la hora ésta cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombrero, están matando a otros cien mil cubiertos de un turbante, o muriendo a sus manos, y que así es estilo en toda la tierra, de tiempo inmemorial acá?”

Voltaire, cuyo verdadero nombre es François-Marie Arouet (1694-1778), representa mejor que ningún otro autor el espíritu de su tiempo y el de la Enciclopedia, que revolucionó la mentalidad europea del siglo XVIII, y lo hizo sin la insufrible pedantería de Rousseau ni el dogmatismo de Diderot. Ya que mencionamos a estos dos autores, Rousseau es el padre del totalitarismo, mientras que Voltaire fue uno de los propagandistas del liberalismo a la inglesa en sus Cartas filosóficas. Encerrado en la Bastilla a causa de su "Edipo" y apaleado por la chusma del caballero de Rohan, se exilia a Inglaterra y proponiendo do el sistema inglés contra la intolerancia francesa en las "Cartas filosóficas", éstas fueron condenadas al fuego. Hombre de muchas lecturas (leyó simultáneamente la Biblia y a Newton, de manera que una sirviera de contrapeso al otro) y de diversos viajes, mantuvo buenas relaciones con Federico II de Prusia hasta que las amistades entre ambos terminaron mal, y escribió la "Historia de Pedro el Grande" por insinuación del embajador de Rusia. Cultivó todos los géneros, incluido algo tan anacrónico como el poema épico de "La Henriada", aunque lo que mejor permanece de su obra son los cuentos, principalmente "Candide" y "Zadig", las "Cartas inglesas" y muchos ensayos breves. Su delicioso "Diccionario filosófico" es fuente inagotable de razonamiento, noticias curiosas y buen sentido y en el fundamental "Tratado sobre la tolerancia" define esa actitud tan conveniente de la que hoy se habla muchísimo y se sigue practicando muy poco. Lo más perdurable de él, y lo más provechoso, es que no admitía las ideas preconcebidas, ponía en guardia contra todo tópico. Su mala "salud de hierro" no fue obstáculo para que viviera 84 años, "siempre con un pie en la tumba y con el otro saltando".

La Nueva España · 1 noviembre 2015