Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Charles Dickens

Uno de los grandes, junto a Tolstoi y Balzac, fue autor de una novela reformista siendo él de naturaleza radical

¿Qué es lo que hace a Dickens tan grande a los doscientos años de su nacimiento? Existen infinidad de motivos para que sea un autor olvidado e incluso repudiado, y es imposible que pueda estar de moda en esta época de modernidad tan apabullante como irresponsable; y, no obstante, cuando el «libro electrónico» y otros artefactos electrodomésticos sean antiguallas herrumbrosas o estén sencillamente olvidados, se continuará leyendo a Dickens en papel, en pantalla, en pizarras escritas con tiza o de memoria, como en «Fahrenheit 451». La humanidad puede prescindir de la literatura, pero no de algunos autores (de muy pocos, es cierto) y entre ellos figura Dickens, que es la Novela con mayúscula, al lado de Balzac y Tolstoi. Todo lo demás está por debajo, incluido Dostoievski, incluido Stendhal. Aprecio a Dostoievski y a Stendhal tal vez más que a Dickens, pero la visión de éste sobre el mundo y la vida es más amplia, más comprensiva, más cordial. Esa amplitud que abarca el mundo entero, sin salir de Londres, París o Rusia, sólo existe en Balzac, Dickens y Tolstoi (y, naturalmente, en otras épocas y otros géneros, en Homero, Dante y Shakespeare). Leyendo sus novelas tenemos la evidencia de que se apoyan en algo que no se muestra pero que está ahí, en la página, en el contexto, y a todo eso le llamamos el mundo y la vida, en estado latente o llenándolo todo, como atmósfera o como escenario. El mundo y la vida no son malos ni buenos, sino como Dickens los muestra. Para ello, el requisito es saber verlo. Como escribe L. K. Webb, «sus impresiones y recuerdos pasaron a formar parte de él y los conservó hasta el final de sus días».

Para captar el mundo, asimilarlo, empaparse de él y transmitirlo, hay que mirar y comprender: ponerse en el lugar de una campana el día de Navidad, de una diligencia, de un cochero, de Uriah Heep o de la señora Micawber. Flaubert tenía una técnica superior a la de Dickens y Dostoievski, pero es menos novelista. Los argumentos de Dickens son muchas veces melodramáticos, se complican innecesariamente, sus personajes no pertenecen por entero a la vida real: los avaros no son como Mr. Scrooge, ni los desalmados directores de colegios son tan desalmados como Squeers, aunque su modelo, el tuerto Mr. Shaw, era abominable. Y no siempre hay ternura en sus novelas: también hay violencia, mezquindad y espanto. Sin embargo, «Nicholas Nickleby», que hubiera resultado insufrible en manos de un folletinista o de un «realista socialista», posee la vivacidad de una novela picaresca. Dickens vio las cárceles, los suburbios, la corrupción de las instituciones filantrópicas. Su actitud era la de un radical, pero sus novelas fueron reformistas. «Vio más hondo que un centenar de economistas y estadistas filantrópicos», resume Chesterton. Por este motivo, «Oliver Twist» resultó efectiva contra la ley de Pobres, y «Nicholas Nickleby», contra la brutalidad de ciertas escuelas de «dudosa moralidad», pues la denuncia está confirmada y apoyada en la vida y los hechos y no en las teorías sociales, y los personajes que mantienen o padecen aquellas situaciones están vivos y respiran, aunque no sean como los que andan por la calle. Ya Poe advirtió que Dickens era, ante todo, un «delineador de caracteres».

La Nueva España · 7 febrero 2012