Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Para Encarna Sola

Hay nombres que siempre van unidos, como Castor y Polux, Pablo y Eloísa (o Pablo y Virginia), Isabel y Fernando e incluso Ortega y Gasset, de quien decía un sargento que tuvo Juan Benito en la mili: «¡Vaya par de talentos!». A estas parejas inevitables e irrenunciables se une, en los anales del socialismo asturiano, en la clandestinidad tanto como en la transición y en la democracia, la formada por Marcelo y Encarna, tan representativa del viejo PSOE de la lucha y de las catacumbas como la formada por Emilio Barbón y Manolita, con la diferencia de que Encarna era más activa que Manolita, la cual principalmente acompañaba a Emilio, en tanto que Encarna actuaba por su cuenta las más de las veces, ¡y vaya cómo actuaba, con qué energía y con qué arremango! Marcelo y Encarna, siempre juntos, siempre unidos, siempre en la brecha, eran geniales. Aunque habitualmente era Marcelo quien hablaba en las asambleas (y bien que le gustaba hablar, aunque con mucha lentitud), si hacía falta que Encarna le echara una mano, no había quien tosiera mientras ella hablaba. Morena, con el pelo muy negro y muchas arrugas en la cara al sonreír, su sonrisa a veces era pícara y jovencísima. Porque, a diferencia de muchos militantes de la izquierda, que de la seriedad hacían norma, Marcelo y Encarna tenían mucho sentido del humor y, si me apuran, quien más sentido del humor tenía de los dos era Encarna. También eran valientes y decididos, que nunca se echaban atrás en una época en la que, aunque el PSOE y la UGT disfrutaban de una cierta y evidente permisibilidad, a veces la Policía Armada o la Guardia Civil disparaban al aire, y así cayó herido de bala el ugetista Delestal en Avilés. A Marcelo le detuvieron varias veces, y siempre estaba Encarna a la puerta de la cárcel o de la Comisaría, esperándole. Ahora Marcelo se ha quedado solo. Y aunque no estamos en tiempos de ir a la cárcel por ideas, ya no le esperará Encarna en ninguna parte, salvo donde esté ahora. Y donde esté ahora, sin duda, seguirá esperando a Marcelo.

La última vez que los vi juntos, fue al final de una conferencia que yo di en una institución cultural de Gijón. Se acercaron a saludarme, y mientras yo charlaba con Marcelo, Encarna saludaba a todo el mundo, porque era una mujer sumamente popular. Confiando en que no le oyera, Marcelo me dijo en voz baja que andaba «algo jorobada». Esto sucedió hace varios años. Ahora Encarna ha muerto, Marcelo se queda solo, los amigos perdemos a una amiga inolvidable y el socialismo asturiano (que en los buenos tiempos de Marcelo y Encarna era el de mayor prestigio de España) pierde a uno de sus símbolos más verdaderos y más entrañables.

Cuando se casaron Marcelo y Encarna, a los postres, cuando los invitados se aflojan el nudo de la corbata, alguno grita: «¡Vivan los novios!», y ya no hay con quién contar, los contrayentes, como se decía en la terminología de la época, cerraron el puño y así posaron para la posteridad, al lado de un jovencísimo Félix Guisasola. Porque aunque eran socialistas de pura cepa, Marcelo jamás tuvo el menor reparo en mantener buenas relaciones y en colaborar, si era necesario, con otras organizaciones de izquierdas, como recordaba precisamente Luis Alfredo Lobato Blanco en un artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA anteayer; y, efectivamente, Marcelo García Suárez «era en aquellos tiempos de los pocos socialistas con vida activa y valiente y con ciertas dotes de omnipresencia, pues había pocas manifestaciones y expresiones de lucha donde él no participara». Y donde estaba Marcelo, estaba Encarna, aunque para ello tuviera que cerrar la peluquería y citar a las clientas a otra hora del día siguiente.

La peluquería de Encarna era la más singular en su género, no ya en Gijón, sino en toda Asturias, y probablemente en España entera. En lugar de las inevitables revistas «cardiacas» del tipo de «¡Hola!» o «Lecturas», Encarna ponía a disposición de sus clientas, mientras esperaban, un variado surtido de panfletos de todo género siempre que fueran antifranquistas, y ejemplares de «Avance» o «Mundo Obrero» (lo que revelaba la falta de prejuicios ideológicos de la peluquera) cuando se disponía de ellos, que no siempre los había y se cotizaban alto (por la Policía, sobre todo). Además de esta labor de propaganda por su cuenta, Encarna era la tesorera de FUSOA de las organizaciones socialistas: guardaba las aportaciones en una abultada cartera que metía y sacaba por el escote. Y nadie como Encarna explicó que la transición se había iniciado con la muerte de Franco. La noche de aquella muerte, Marcelo fue detenido por distribuir pasquines en Avilés y a los dos o tres días puesto en libertad. Encarna contaba de esta manera aquel episodio: «Al mi Marcelo le metieron en la Comisaría llamándole hijo puta, y al salir le llamaban don Marcelo».

Al lado de todo buen hombre, una buena mujer. Al lado del gran Marcelo, la gran, la entrañable Encarna, la mujer fuerte y entusiasta que siempre estuvo donde hacía falta que estuviera y que ahora nos deja.

La Nueva España · 16 noviembre 2007