Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

La secreta historia de Gengis Kan

«El libro secreto de los mongoles», Versión de José Manuel Álvarez Flórez, Muchnik Editores, Barcelona, 1985, 376 págs, 950 ptas.

Los mongoles, pueblo de caballo y de estepa, que arrancando de las profundidades de Asia llegaron hasta las orillas del Danubio, tenían un libro secreto, durante muchos siglos desconocido por los occidentales. En él se narra la historia de Gengis Kan, a partir del tiempo primordial en que «un lobo azul bajó del cielo y casó con una corza», y se continúa en el periodo de su hijo y heredero Ogodei Kan, que fue quien ocupó el Norte de China. En realidad, Gengis Kan es la metáfora de una alucinada y trepidante expansión; bajo el mandato de Ogodei, sus avanzadillas cruzan el Ural y el Volga, toman Kiev, invaden (una vez más) Polonia y Hungría y alcanzan las costas del Adriático. Ogodei, que moriría víctima del alcohol, comprendió que un Imperio no se rige desde la silla de un caballo, por lo que construye una ciudad en Mongolia, Karakorun, a la que llenó de cortesanos y burócratas. De este modo, en el momento de su máximo poderío, los mongoles empiezan a perderle el miedo a las ciudades, dejan de ser nómadas, inician su decadencia. «El libro secreto de los mongoles» pormenoriza gestas, galopadas, emboscadas, traiciones, venganzas, pactos, nacimientos y asesinatos, estandartes y genealogías y el lento proceso por el que jinetes dispersos se convierten en ejército; esta crónica, viva y sangrienta, fue redactada en escritura uigur, adaptada a la fonética mongola, probablemente por Sigui Jutuju, a quien Gengis Kan había encargado de las anotaciones en el «Libro azul».

El libro es épica verdadera; pero épica lejana, ajena a nosotros, venida de muy lejos, aunque sus personajes estimen los mantos de martas cibelinas, como en la «Chason de Roland, o Joguelun, futura madre de Gengis Kan, se quite la camisa y se la entregue a Yeke Chiledu, para que llevara en ella su olor, del mismo modo que Mío Cid llevaba la camisa que ya había sudado su padre. Pero, consciente de que su ámbito cultural es distinto, su traductor, Álvarez Flórez, no se dejó tentar ni por un «estilo bíblico» (salvo en las genealogías) ni por la búsqueda de una «lengua arcaica».

El texto de este libro impar se conservó en un manuscrito chino, copiado durante la dinastía Ming. Su primera traducción a una lengua occidental fue la del orientalista ruso Palladius, en 1866, que se basó en una versión china abreviada. A partir de esta versión china, el libro se traduce también al alemán, francés, japonés, húngaro y al mongol moderno. Erich Haenisch publicó en 1941 la primera traducción al alemán, partiendo del mongol antiguo; la traducción francesa, de Paul Pelliot, es de 1949, y la inglesa, obra de Francis W. Cleaves, de 1982.

En España no se tenían noticias de «El libro secreto de los mongoles». Mario Muchnik, en una nota preliminar, que titula “Dos palabras del editor”, confiesa que, al editar «Masa y poder», de Elías Canetti, en 1977, le llamó la atención «la referencia del autor a una historia secreta de los mongoles». Canetti continuaría hablando de este libro, que había leído por primera vez en 1956, en «La provincia del hombre». «Desde entonces he querido editar este viejo texto», confiesa Muchnik.

Para ello contó con la colaboración de un traductor y escritor excepcional, José Manuel Álvarez Flórez, bien conocido por sus traducciones del inglés, y cuya obra de creación emparentaba con el mundo y los ecos de «El libro secreto de los mongoles». Sus dos obras de carácter narrativo, «Autoejecución y suelta de animales internos» (1975) y «Girar de anarcos» (1981), lo mismo que sus ocupaciones actuales (una versión libre del Tain, y otros textos del ciclo del Ulster), están muy cerca del mundo primigenio, violento, poético y mítico de la gesta de Gengis Kan. Los imprecisos «astures celestes» de sus relatos, lo mismo que las historias maravillosas del Ulster, se completan, dentro de un estilo muy personal, con el recuento de los cascos de los caballos mongoles en la llanura. Como el propio Álvarez Flórez dice que es «un escritor en bajo latín», su espíritu no está alejado del de los viejos cronistas.

El País · 31 marzo 1985