Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

De Oviedo a Grado

De Oviedo en dirección a Galicia se salía por la puerta de Socastiello, también llamada de Santiago, según don Juan Uría Ríu

De Oviedo en dirección a Galicia se salía por la puerta de Socastiello, también llamada de Santiago, según don Juan Uría Ríu, cuyo libro «Las peregrinaciones a Santiago de Compostela», en colaboración con Lacarra y Vázquez de Parga, nos servirá de guía principal en este desplazamiento, de manera especial el capítulo XXII del tomo segundo, redactado por Uría.

Como ya se ha señalado en el artículo anterior, los peregrinos procedentes del «camino francés o Vía Francígena entraban en la ciudad por la Puerta Nueva y, siguiendo las calles Magdalena, Cimadevilla y Rúa, desembocaban en la Catedral, en la que se custodiaban reliquias más valiosas que tesoros (y algunas de las joyas de la Cámara Santa eran auténticos tesoros). Las reliquias del Arca Santa, llegada a las costas españolas de manera tan prodigiosa como los restos del Apóstol, pertenecían a las tradiciones bíblicas y evangélicas (el sudario, el pan de la última cena, parte de la corona de espinas, tierra del monte de los Olivos, cabellos de la Magdalena, las sandalias de San Pedro, la cartera de San Bartolomé, etcétera) más otras pertenecientes a mártires de la época romana, y algunas de origen decididamente fantástico, como el palio regalado por la Virgen a San Ildefonso o la sangre que brotó de una imagen de Jesucristo alanceada por los judíos en Barú. El inventario sería interminable; remito a Uría. En las paredes del templo figuran las firmas sobre la piedra de peregrinos que dejaron constancia de su paso, como Thierry Lefevre de Cumier, de Champagne, o Jacques Mallevre, que pasó en fecha relativamente reciente, en 1669. A lo largo del templo se distribuían diversas imágenes del apóstol: en la Cámara Santa; en la portada de la capilla del Rey Casto, donde está vestido de peregrino; en la capilla de San Juan, entre los apóstoles del retablo mayor, y en la tardía talla de madera del siglo XVIII, donde se le presenta obrando un milagro. El gran milagro jacobeo realizado en la Catedral fue la expulsión de los demonios de una peregrina llamada Oria. El profesor Gómez Tabanera aseguraba que esta Oria era la santa del poema de Gonzalo de Berceo, no sé si como alarde de su chusco sentido del humor de señorito madrileño que se propone «liar» a la gente común o como demostración de su universal ignorancia.

Ya están los peregrinos fuera de la Sancta Ovetensis y han salido de la parte amurallada por la mencionada puerta de Socastiello, que se abría en el cruce de las actuales calles de San Juan y Jovellanos. Por las calles Covadonga, Melquíades Álvarez e Independencia, llegaban al acueducto de los Pilares, en uno de cuyos arcos Uría recuerda haber visto una imagen de la Virgen en una hornacina. Este trayecto se denominaba «Camino de Santiago» en la primera mitad del siglo XV.

Descendiendo por el barrio de la Argañosa se encontraba un riachuelo llamado Lavapiés. Algunos peregrinos (imagino que no todos, pues de haber sido así, no habría necesidad de botafumeiro) eran personas de costumbres higiénicas demostradas: a la salida de Oviedo se lavaban los pies, al entrar a Santiago las partes de más arriba. Un poco más allá, en el antiguo camino de Galicia que seguía la falda del monte Naranco, se encontraba la leprosería de San Lázaro de Paniceres, documentada desde el año 1055. Esta leprosería mantenía buenas relaciones con la malatería de San Lázaro, produciéndose intercambios de enfermos entre ambas y, según Barthe Aza, los de Paniceres disfrutaban de libertades que les permitían salir de su recinto y entrar en la ciudad. Fue fundada por Alfonso VI, y donde estuvo se construyó una quinta campestre en el siglo XIX, conociéndose todavía el lugar como la Quinta de Méndez.

Ya en el campo se suceden las aldeas y caseríos, casi pegados unos con otros: Las Mazas, La Lloral, Ponteo y Molina, donde hay desviación hacia Loriana. El antiguo camino iba por arriba, pasando por Loriana, que está en un alto con tramo final muy empinado. En Loriana hay iglesia con aguja y fuente, y buena casa rectoral. Para salir a la carretera hay que volver por donde se vino. La carretera atraviesa el puente de Gallegos, y a partir de Los Arrojos empieza la subida hasta el Escamplero, cruce de caminos en alto con caserío disperso abierto a los valles del ocaso. Tres caminos hacen encrucijada en este lugar: hacia Avilés al Norte, hacia Trubia al Sur y hacia Grado al Oeste, por Valsera y Valduno. Este camino, que era el que seguían los peregrinos, es una sucesión de colinas suaves y de campos abiertos y soleados. El Escamplero es un puerto a partir del cual se desciende hacia Valsera, donde está, al borde del camino, la mínima ermita de Fátima, blanqueada y con campanario, que sustituye a la antigua capilla de Santa Marina, del siglo XV. Mirando hacia el Sur se divisan las cumbres nevadas del Aramo dominando esta parte del recorrido. La carretera continúa su cescenso hasta otra capilla, la de Santa Isabel, patrona de Andayón, y a partir de aquí asciende nuevo hasta Santullano, el pueblo de más envergadura desde Oviedo, con el caserío disperso pero alegre y bien cuidado y las casas pintadas, algunas de manera un tanto extravagante (por ejemplo, la iglesia está pintada de rosa). Como demostración de la importancia de Santullano, tiene farmacia y algunos hórreos muy cuidados o nuevos, como si sus dueños fueran veraneantes en lugar de labradores. Causa buena impresión Santullano. Es lástima que no fuera hora de comer para comer aquí.

Vuelve a descender la carretera hasta Ania, donde se repiten el caserío disperso y los hórreos, y Premorio, con su capilla de Santa Ana, del siglo XVII, y de portada con columnas, concebida con cierta aparatosidad.

El descenso acaba en Valduno. A diferencia de los pueblos que dejamos atrás, el caserío se apiña y ofrece, a la entrada, una calle estrecha que desemboca en el puente sobre el río Nalón. Al otro lado está Vega de Anzo, en la margen izquierda del río, aunque el camino seguido por los peregrinos era por la ribera de la derecha, que conducía a Peñaflor por un terreno de praderas cerrado al norte por leves colinas. Entramos en una parte llana después de haber pasado el oleaje de colinas que van subiendo y bajando hasta las riberas del Nalón. La geología, que diría José Pla, es grata y amena, con valles amplios y ondulados, colinas suaves y todo muy verde.

A Grado s entraba por la garganta de Peñaflor, que Uría describe como «sendas montañas que dan la sensación de que el caminante atraviesa casi un desfiladero». Entre las dos montañas había un viejo puente, ahora remozado, y todavía en la margen derecha, un bar en el que comí con Alicia Laspra, la gran estudiosa de la guerra de la Independencia en Asturias, y el general Casiniello, una vez que vinimos a recorrer los escenarios de la batalla de Peñaflor. En este puente, los asturianos defendieron contra los franceses la entrada natural a Oviedo. No se crea que las tradiciones de Peñaflor son sólo bélicas: también las tiene literarias, ya que aparece mencionado en el capítulo segundo de la «Historia de Gil Blas de Santillana», de Lesage, la novela que tanto indignaba al P. Isla porque la había escrito un francés. Se conoce que Peñaflor es lugar reacio a los franceses.

Gil Blas llega a Peñaflor desde Oviedo (sin duda por la ruta que acabamos de describir) en dirección a Salamanca (¡!). En Peñaflor había un mesón de «bella apariencia». Por ser viernes, sólo le sirven tortilla y una trucha que le come un gorrón y todo se lo cobran carísimo: así que Gil Blas no sale muy contento de Peñaflor. Mejor parados salieron los franceses del mariscal Ney en mayo de 1809, quien, tras desalojar las posiciones de los patriotas en la Peña del Aire, tuvo el paso libre hasta Oviedo. Según Ramón Álvarez Valdés, la derrota fue motivada por el retraso de los Voluntarios de Cataluña, al mando del coronel Orozco.

El puente de piedra de Peñaflor era lugar de paso en la Edad Media, por lo que Alfonso VII mandó reforzarlo y construyó una hospedería en sus proximidades. Más allá de los peñascos y de los bosques, que en la actualidad no existen, la vega de Peñaflor se une a la de Grado.

La villa, con jardines, palacios y animada plaza, es la puerta de la Asturias occidental conservando íntegro su carácter central, de población comercial y con mercado: aquí está el límite de la sidra por el Oeste. A partir de El Infierno, la sidra se reduce a curiosidad turística. Y se come muy bien. Todavía recuerdo los «niños envueltos» que preparaba mi amigo el abogado Luis Martínez, según receta florentina del siglo XV.

La Nueva España · 4 julio 2010