Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

José María Cruz Álvarez,
el oficial aventurero

Militar liberal, nació en Oviedo en 1788 y se batió contra las tropas napoleónicas, en defensa del régimen constitucional de Cádiz y frente a los carlistas

Tomamos para caracterizar a este personaje el subtítulo que añade Pío Baroja a la biografía de Juan van Halen. El título «El oficial aventurero» debía gustarle mucho a don Pío, porque fue el que propuso a su cuñado, el editor Caro Reggio, cuando se dispuso a publicar «Lucien Leuwen», de Stendhal, y consideró que el título original resultaba demasiado soso. No hay cosa peor que una cosa «sosa», sea para comer, sea para leer. Aunque a Stendhal se le puede considerar cualquier cosa antes que «soso», lo cierto es que una novela titulada «El oficial aventurero» con toda probabilidad se vende mejor que si se titulara escuetamente «Lucien Leuwen». En cualquier caso, el personaje que nos ocupa, José M.ª Cruz Álvarez, con toda probabilidad habría hecho las delicias de Baroja y, de haber tenido conocimiento de él, es fácil que lo hubiera aprovechado para incluirlo en alguno de los múltiples episodios de las «Memorias de un hombre de acción». Nosotros hemos tenido conocimiento de él gracias a Gabriel Santullano, quien lo incluye en su libro «Del hierro y del fuego», después de haber estudiado su hoja de servicios.

Cruz Álvarez, como buen militar liberal, se batió contra los franceses napoleónicos primero, después en defensa del régimen constitucional de 1820-1823 y, finalmente, contra los carlistas. Su biografía incluye persecuciones y escapatorias: todo un personaje romántico. En 1841 abandonó definitivamente el Ejército y desde hace once años permanece en Murcia como excedente. Aunque conserva pocas relaciones y está bastante desvinculado de Asturias, no tiene inconveniente en contestar a las preguntas que le hacemos.

—¿De qué parte de Asturias es usted?

—Nací en Oviedo, el 12 de diciembre de 1788.

—¿Y vivió mucho tiempo en Oviedo?

—Sí, toda mi infancia y juventud. Al producirse la invasión napoleónica entré a servir en el Regimiento de Infantería de Fernando VII, creado en Oviedo por la Junta General del Principado, otorgándoseme el grado de teniente. Y estuve en este regimiento, que buen nombre fueron a ponerle, aunque entonces nosotros poco sabíamos la clase de canalla que era Fernando VII, hasta que fui destinado al Regimiento de Infiesto, que formaba parte de la División Asturiana, al mando de don Francisco Ballesteros. Desde 1809 a 1812 quedé vinculado a esa unidad, con la que combatí en Santander, León, Zamora, Salamanca, Valladolid, Extremadura y Andalucía. En 1812 fui destinado a Sevilla, para vigilar los movimientos de las tropas del mariscal Sout por la provincia; de ese espionaje dependía la superioridad de nuestras tropas sobre las francesas. Tras la liberación de Andalucía, continué la vigilancia del Ejército francés a través de Aragón e, incluso, llegué a internarme en Francia, permaneciendo en Bayona hasta el 30 de abril de 1813, donde, por medio de un mensajero secreto, se me comunicó que debía partir hacia el África, porque acababa de ser destinado al Regimiento de Infantería de guarnición en Ceuta, con el grado de capitán. Pero el regimiento fue disuelto en agosto de 1814 y poco tiempo después yo fui detenido en el pueblo de Carpio, en la provincia de Córdoba, de resultas de algunas conversaciones de carácter político que había mantenido con otros oficiales.

—¿Sólo por eso fue detenido?

—Al poco tiempo de sentarse el indeseable «Deseado» en el trono empezó a manifestarse un cierto descontento en el Ejército entre los oficiales liberales como consecuencia de su política retrógrada. El 25 de septiembre se produjo el pronunciamiento del general Espoz y Mina en Pamplona y, al mes siguiente, se dio el golpe contra el capitán general de Extremadura. Yo era uno de los oficiales encargados de establecer una red clandestina que relacionara a los diferentes elementos descontentos. Tenía experiencia en este tipo de menesteres por mi dedicación al espionaje durante la «francesada» y, aunque en Carpio hablé más de la cuenta, en lo demás actué con cautela, porque aunque se me formó causa no se me pudo probar nada y salí libre. Seguidamente se me destinó al segundo de Sevilla, con base en Lucena, y más tarde a Valencia y Murcia.

—¿Tuvo alguna participación en la preparación del golpe de Estado de Riego, que abrió el trienio constitucional?

—No. Estaba demasiado vigilado por la Policía borbónica para que mi participación en aquellas conspiraciones hubiera resultado eficaz. Tampoco tuve ninguna participación de carácter político durante el período constitucional, durante el cual estuve destinado en Granada hasta mediados de 1823, cuando fui enviado a Málaga, de donde salí el 9 de septiembre a causa de la entrada de las tropas francesas de los Cien Mil Hijos de San Luis. Ese mismo día cabalgué hasta Vélez-Málaga para unirme al Ejército constitucional al mando de mi paisano, don Rafael de Riego, quien, de inmediato, me nombró su ayudante de campo. Por desgracia, el general Riego era más liberal que buen militar y más exaltado que sensato. Acosados por el enemigo, combatí en las acciones de Campofrío, Jaén y Mancha Real, pero el 14 de septiembre fuimos derrotados en Jódar, y yo hube de huir en dirección a Úbeda.

—Poco tiempo fue usted ayudante de Riego.

—Ya lo ve usted: cinco días.

—¿Qué hizo entonces?

—Intenté unirme a las tropas del general Ballesteros; mas, al enterarme de que había capitulado, no me quedó más remedio que buscar refugio en Gibraltar. Contra mi voluntad, que yo hubiera preferido continuar luchando; pero no podía hacerlo solo, porque me iba en ello la cabeza, así que escapé siguiendo el consejo de Demóstenes: «Cuando la batalla está perdida, sólo los que han huido pueden combatir en otra».

—¿Y de Gibraltar pasó a Inglaterra?

—Eso hubiera querido hacer al principio, pero al no ser posible y, tras permanecer en la Roca hasta abril de 1823, decidí volver a Asturias, para lo que fui a Sevilla, donde conseguí pasaporte, y el 19 de mayo embarqué en Cádiz hacia el país natal. Pero las condiciones de navegación eran malas, y una fuerte tormenta nos obligó a desembarcar en Lisboa, por lo que hice el resto del viaje hasta Asturias por tierra. El mes de julio de 1824 estaba de vuelta a Oviedo, y allí permanecí en situación de indefinido hasta 1828, que, «purificado», al entender de las autoridades, de mis devaneos liberales, fui reincorporado a mi antiguo regimiento, de guarnición en Sevilla, reconociéndoseme el grado de teniente coronel. Favoreció esta reincorporación el hecho de que no hubiera tenido participación política durante el trienio, como ya le he dicho. En Sevilla había mucho movimiento en los cuarteles, pues se preparaba, con mucha antelación y poca precaución, el levantamiento general que había de estallar en Andalucía durante los meses de febrero o marzo de 1831. Pero, aunque el movimiento fue abortado mucho antes de que se produjera, las autoridades no bajaron la guardia durante toda la primavera de ese año de 1831 y como consecuencia de tanta suspicacia fui detenido el 29 de abril y permanecí en prisión hasta el mes de diciembre.

—¿Por qué le detuvieron?

—Más por mi fama de revoltoso, de liberal y de espía que porque hubiera tenido una gran presencia en aquellas conspiraciones. De hecho, se me abrió un proceso, del que resulté absuelto, aunque no se me permitió volver al servicio. Así que no me quedó más remedio que esperar a que muriera Narizotas o que muriera yo.

—¿Y qué ocurrió?

—Pues que tenía razón el sabio árabe que dijo que si te sientes a la puerta de tu tienda verás pasar el entierro de tu enemigo. No obstante, no fui readmitido en el Ejército hasta 1834, siendo destinado al Regimiento de Infantería 5.º de Línea, con el que combatí en Portugal. De vuelta a España, fui nombrado gobernador militar de Cieza, en Murcia, y desde 1834 a 1841 luché contra las tropas de Cabrera, que se internaban en Murcia, y, a partir del abrazo de Vergara, contra aquellos que no aceptaron la firma de la paz y continuaron sosteniendo, contra toda razón, la causa de don Carlos. Así, hasta 1841, que, por viejo, me mandaron a casa. Y aquí me tiene, en la reserva.

La Nueva España · 19 de septiembre de 2005