Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Ignacio Gracia Noriega, Doce asturianos


José Ignacio Gracia Noriega

Severo Ochoa,
un premio Nobel de casa

Severo Ochoa es otro ejemplo eminente de asturiano cabal que conciliaba el universalismo con el localismo. Como escribe Teodoro López-Cuesta, una de las personas que más íntimamente le conoció y trató: «Don Severo amó profundamente a su Asturias, sobre todo en sus años finales, cuando las ilusiones de futuro se sustituyen por la ternura de los recuerdos. Don Severo sintió a su tierra al final de sus días de una manera especial, como puede quererse al hijo que no tuvo o a la mujer en la que sublimó el amor». Sus veranos en La Granda le permitían el reencuentro con la tierra natal, de la que había permanecido demasiados años ausente, cosa que él mismo reconocía, melancólicamente. En La Granda vivía en paz y sosiego, haciendo la vida cotidiana de los demás asistentes a los cursos, charlando de asuntos varios con Juan Velarde o Teodoro López-Cuesta, e incluso atendiendo a las inquisiciones dietéticas de Manolo Galé: «Eso, mejor se lo pregunta a Paco». Se refería a Francisco Grande Covián. Durante una época le gustaba salir conduciendo su automóvil Mercedes por caminos desviados y caleyas, y regresaba asombrándose ingenuamente de su popularidad, porque los automovilistas que se cruzaban con él le tocaban el claxon. Le tocaban el claxon porque Ochoa no era un buen conductor, pero él interpretaba aquellas recriminaciones acústicas como saludo de los lugareños al sabio. Luego, dejó de conducir; dejaba que le condujera su bastón.

Severo Ochoa nació en Luarca el 24 de septiembre de 1905. Están próximos a cumplirse, pues, los cien años de su nacimiento. Con este motivo, espero que Asturias le recuerde con dignidad, del mismo modo que el «Diccionario biográfico español» le considera en lugar destacado. Entre sus antepasados se encontraba el capitán de la Marina mercante Rafael Ochoa, que hizo el viaje en agosto de 1869 desde el puerto de Filadelfia, en los Estados Unidos, al de Luarca en diecisiete singladuras a bordo del «Favorita», «clipper» de dos palos, y era tío suyo, por la parte materna, el político Álvaro de Albornoz, que durante la guerra civil de 1936-39 fue embajador de la República en Francia, para exasperación del secretario general del Ministerio de Exterior, Alexis Léger, que firmaba Saint-John Perse su obra poética, por la que recibiría el premio Nobel de literatura en 1960, porque apenas entendía el francés. Refiriéndose a su nacimiento asturiano, Ochoa escribe: «Nací en Asturias y para mí la realidad comienza, naturalmente, con Asturias. Mis primeros recuerdos son de Asturias, concretamente de Gijón y Luarca. En Gijón iba al colegio durante el invierno; en Luarca pasaba el verano. Si bien nací en una calle del pueblo de Luarca cercana a la iglesia, mi conciencia de Asturias se inicia en la vecina aldea de Villar, sobre la meseta que termina en abrupto y bellísimo acantilado constantemente batido en su base por el mar. Allí es donde veraneábamos desde que tengo uso de razón. Al Sur, la montaña, suave, con todos los tonos verdes imaginables; al Norte, el mar Cantábrico, tranquilo y azul en ocasiones, más a menudo gris, negruzco y amenazador». Durante los veranos en Luarca entra en contacto directamente con la vasta maravilla de la naturaleza, la observa con detenimiento, e incluso pretende interpretarla: «Mi vida en la aldea me hizo entusiasta observador de la naturaleza desde muy niño, y mis andanzas por las escarpadas playas de las cercanías me hicieron enamorarme de la misma. Durante la bajamar pasaba las horas muertas observando la enorme variedad de vida animal y vegetal que poblaba los innumerables pozos formados al retirarse el mar en las oquedades de las rocas. Tal vez fuese éste el despertar de mi futura afición a la biología».

La familia de Ochoa pasaba los inviernos en Málaga. Al llegar la época del ingreso en la Universidad, el joven Severo Ochoa duda entre la ingeniería y la biología, pero considerándose un matemático deficiente, e ilusionado por un buen profesor de biología, se decide por esta rama. Ingresa en la Universidad impresionado por la obra de Ramón y Cajal, a quien «soñaba con tenerlo como profesor de Histología»; más no fue posible, ya que el ilustre sabio se había jubilado. Poco sospecharía Ochoa que, con el tiempo, él también recibiría el premio Nobel de Medicina. A falta de Ramón y Cajal, Ochoa encuentra profesores cuyo magisterio le acompañará siempre, como Teófilo Hernando o Negrín, que «abrió amplias y fascinantes posibilidades en mi imaginación». En 1924, a instancias de Negrín, ingresa en laboratorio de Fisiología de la Residencia de Estudiantes, dirigido por Pío del Río Ortega, y allí conoce a Francisco Grande Covián, con quien colabora en un estudio sobre el papel de las glándulas adrenales en la contracción muscular, que, ampliado, habría de convertirse en su tesis de doctorado.

Al tiempo que se inicia como investigador, amplía sus estudios en el laboratorio de Noel Patton en Glasgow y en el Instituto de Biología en Berlín-Dahlem, dirigido por Otto Meyerhof, premio Nobel de Medicina. En 1931 contrae matrimonio con Carmen Cobián en Covadonga; poco después marcha a Inglaterra, a estudiar en el Instituto Nacional de Investigación Médica, dirigido por sir Henry Dale. De vuelta a España, colabora con el doctor Carlos Jiménez Díaz, en Madrid, residiendo en la llamada Casa de las Flores, famosa porque en ella vivió también otro futuro premio Nobel, el poeta y diplomático chileno Pablo Neruda. El estallido de la guerra civil cambia por completo su horizonte; como escribe López-Cuesta: «Ni los medios que tenía en el laboratorio, aún siendo excepcionales en España, le permiten hacer la investigación que precisa y sueña ni la situación en España le permite continuar con serenidad su trabajo». Gracias a un salvoconducto que le proporciona el doctor Negrín, que ha pasado de ser catedrático de Medicina a ministro de Hacienda (y, más tarde, jefe del Gobierno de la República), puede abandonar España por Barcelona, llevando como viático siete mil dólares que Carmen había obtenido de la liquidación de unos negocios familiares en Puerto Rico. Ochoa esperaba volver a trabajar con su maestro Otto Meyerhof, pero siendo éste judío, su situación en Alemania era muy difícil, por muy premio Nobel que fuera. A ese gran promotor de la cultura que fue Hitler le traían sin cuidado los premios Nobel: Thomas Mann hubo de huir por el aire, perseguido por un avión del Gobierno, y Carl von Ossietzky se encontraba en un campo de concentración por haber publicado un informe sobre la carrera armamentística alemana. A raíz del premio Nobel de la Paz concedido a éste, Hitler prohibió a cualquier alemán, quienquiera que fuese, que aceptara el prestigioso galardón que se otorgaba en Suecia. Finalmente, por mediación del profesor Hill, que había compartido el premio Nobel con Meyerhof, Ochoa recibe una beca de seis meses para ir a Inglaterra, a trabajar en el Laboratorio de Biología Marina de Plymouth. Más tarde consigue una beca en Oxford, lo que le permite continuar en Inglaterra; pero a consecuencia del estallido de la II Guerra Mundial, Ochoa decide irse a Norteamérica. Embarca en el puerto de Liverpool en agosto de 1940, instalándose en St. Louis, Missouri, y posteriormente pasa a trabajar en el laboratorio de la Washington University dirigido por Carl y Gertry Cori. Un año más tarde marcha a Nueva York, y como el propio Ochoa reconoce, «de Nueva York proviene no sólo la mayor parte, sino la esencia de mi trabajo científico».

Este continuado y esencial trabajo científico le conduce a recibir el premio Nobel de Medicina de 1959, compartido con su discípulo, el profesor Arthur Kornberg, el cual señaló, en su elogio, que «Ochoa ha concebido objetivos difíciles y los ha atacado con el firme convencimiento de que tenían solución y de que él era capaz de resolverlos. Su genio consiste en haber sabido evitar los planes grandiosos y en haberse dedicado a las tareas difíciles, que otros consideraban inabordables».

Se jubila a los 70 años en la Universidad de Nueva York. Entonces empieza a plantearse el regreso a España. El ministro de Educación español, Villar Palasí, llegó a ofrecerle el rectorado de la Universidad Autónoma de Madrid, lo que hizo a Ochoa reír a carcajadas. Finalmente, fracasados diversos proyectos, regresa a la patria como un particular: a descansar y a recordar.

La Nueva España · 27 de agosto de 2005