Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Libros

Ignacio Gracia

La Nueva España, Oviedo, sábado 16 de diciembre de 2006

José Ignacio Gracia Noriega

Escritor, articulista y novelista, autor del libro Pelayo, Rey de las montañas

«El Reino de Asturias surge como resistencia al invasor árabe, no tiene otro sentido»

«Aunque en la Península hay otros focos de resistencia, es en Asturias donde se da el primer impulso del que luego surgiría lo que hoy es España»

 

Llanes, Ramón Díaz. José Ignacio Gracia Noriega, escritor, ensayista, articulista, novelista y colaborador de La Nueva España, presentará hoy, sábado, a las siete de la tarde, en el Gran Hotel Pelayo de Covadonga, su libro «Pelayo, rey de las montañas», editado por La Esfera de los Libros. Participarán en el acto el filósofo Gustavo Bueno y el medievalista Juan Uría Macua, que prologó la obra. El escritor llanisco, de 61 años, acaba de publicar otro libro sobre el fallecido profesor de la Universidad de Oviedo Emilio Alarcos, prepara un libro sobre Covadonga y escribe otro sobre las guerras civiles.

—¿Qué certezas existen sobre el rey Pelayo? Más allá del mito, ¿existió realmente?

—Es un personaje un poco impreciso, pero sí existió. Las crónicas así lo señalan, aunque todas se redactaron mucho después de su muerte.

—¿Qué grado de fiabilidad ofrecen esas crónicas?

—Todos los expertos les conceden fiabilidad, así que no queda otro remedio que aceptarlas. Puede dudarse sobre su autoría, aunque si no las escribió Alfonso III debió hacerlo alguien de su corte. Sánchez Albornoz presenta a Alfonso III escribiendo una crónica en Santa María del Naranco, aunque eso es ficción.

—¿Era Pelayo hispanorromano, cántabro, astur o godo?

—Lo más probable, según los expertos, es que fuera godo, aunque su nombre es latino. Según la Crónica Albendense, era hijo de un conde Favila, a quien el rey Witiza mató de un estacazo en la cabeza por un lío de faldas. Esto obligó a la familia de Pelayo a abandonar la corte, lo que hace que se sepan muy pocas cosas de su juventud. También parece que fue espartario, un grado militar similar a lo que hoy sería un capitán. El hecho de que el cabecilla de la resistencia no perteneciera a la gran nobleza goda y no ocupara un cargo militar relevante hace suponer a Sánchez Albornoz que en aquella época aquí había muy pocos godos. De hecho, Pelayo protagonizó el levantamiento con población montañesa autóctona.

—Si Pelayo era godo, ¿de dónde viene su ascendencia sobre los pobladores de estas montañas, que le permitió ser proclamado rey?

—Eso me pregunto yo también. Tenía que conocer esto y saber que existían diversos clanes. ¿Cómo se las arregló? Pues desde luego no de un día para otro. Sánchez Albornoz imagina, y no hay motivo para no estar de acuerdo con esa suposición, que durante algún tiempo Pelayo se retiró a estas montañas como particular.

—¿Por qué se tiró al monte Pelayo? ¿Motivos económicos, motivos amorosos?

—Eso es parte de la novela. Aunque ahora haya quien lo niegue, el asunto es que hubo una invasión que derrumba el sistema político existente y que parte de la nobleza goda se refugia detrás de estas montañas. Hay una historia de carácter romántico que relata las relaciones de Pelayo con un supuesto Munuza, gobernador moro de Gijón. La hermana de Pelayo despierta las pasiones de Munuza. Éste manda a Pelayo como embajador a Córdoba. Y cuando regresa se da cuenta de que ha sido afrentado por Munuza. Claro que la reacción de Pelayo se parece más a la de un marido engañado que a la de un hermano ofendido. En algunos lugares, incluso en la tumba de Covadonga, se confunden la hermana y la mujer. Tras la afrenta, Pelayo monta en cólera, y de paso monta a caballo y se refugia en los Picos de Europa.

—No hay evidencias arqueológicas de la batalla de Covadonga. ¿Pudo haber sido una simple escaramuza?

—Desde luego no fue la gran batalla contra miles de caldeos que refieren las crónicas cristianas. Son cifras disparatadas. Los historiadores cristianos hablan de una gran batalla porque contra cuatro moros despistados no puede darse una gran victoria.

—Los historiadores árabes cuentan una historia bien distinta sobre el suceso.

—Sí. Relatan que Pelayo y sus compañeros no eran más de treinta, que vivían como mulos y que comían miel silvestre. Las crónicas cristianas magnifican al enemigo y las musulmanas lo desprecian. La de Covadonga no pudo ser una gran batalla, entre otras razones porque aquel valle es muy estrecho y ahí no se mete un gran ejército. Además, ¿qué pintaba aquí un gran ejército? No se les había perdido nada por aquí. Y eso de que los moros huyeran de Covadonga y llegaran a Cosgaya resulta increíble, la ruta es demasiado complicada.

—¿Cree que Pelayo, como defendió el covadonguismo durante muchos años, ya tenía en la cabeza la idea de reconquistar la Península o de restaurar el sistema político y la Monarquía godos?

—De ninguna manera. Eso no se produce hasta que Alfonso II lleva la capital de la Monarquía a Oviedo. Entonces sí proclama claramente la idea de reinstaurar en la capital asturiana el modelo eclesiástico y político de Toledo.

—Entonces, ¿el Reino de Asturias surge simplemente como resistencia al invasor?

—Sí. No tiene otro sentido.

—¿Y la idea de España?

—Es muy posterior. Aunque en la Península hay otros focos de resistencia, sí está claro que es en Asturias donde se da el primer impulso del que luego surgiría lo que hoy es España. El traslado de la corte a León es la confirmación de la Reconquista. El Reino de León siempre se reconoció heredero del de Asturias, que a su vez se reconocía sucesor de la Monarquía visigótica. Así se mantuvieron y transmitieron los principios latinos, germánicos y cristianos.

—¿Era Pelayo más caudillo que rey?

—Era rey porque antes o después de la batalla, y en el mismo lugar de la batalla, fue proclamado tal. Y se le proclama a la manera visigótica: alzándole sobre el escudo, como en los tebeos de Asterix. Claro que el título de rey no tenía el mismo sentido que ahora. Pelayo fue elegido según los métodos de la Monarquía goda, por una parte electiva y por otra parte hereditaria. En la Monarquía asturiana se dan estas dos facetas.

—Relaciona usted a Pelayo con héroes mitológicos...

—Lo comparo con el rey Arturo. Son reyes fundadores de dos monarquías que luego serán constitutivas del mundo moderno: España e Inglaterra. Arturo es un personaje casi por completo legendario, mientras que Pelayo es un personaje histórico con aspectos legendarios. Tal vez por eso sobre el rey Arturo existe una literatura amplísima y muy buena, y sobre el rey Pelayo es de andar por casa cuando no decididamente mala.

—Con el mito se pueden construir más relatos.

—Claro. El problema de Pelayo es que no es un mito, sino un señor del que hay unas crónicas que no tienen nada de mitológicas. Las crónicas son realistas, salvo esa intersección divina en la batalla de Covadonga, que hizo que se desgajara la montaña y engullera a miles de moros.

—¿Se sabrá algún día quién era realmente Pelayo?

—Temo que no hay documentos para saber más. Es secundario, aunque Pelayo no hubiera existido, lo importante es que hubo un personaje que acaudilló un movimiento de resistencia que más tarde cobró un sentido de reconquista frente a la invasión islámica, y que ahí se crea un reino.

—Una guerra de civilizaciones. Por cierto, ¿qué le parece la propuesta de alianza de civilizaciones propuesta por el presidente Rodríguez Zapatero?

—Me parece una tontería. La alianza de las civilizaciones no es posible. Lo demuestra la historia. El islam nace como oposición al cristianismo. La religión islámica no es misionera, sino guerrera. Y aunque el cristianismo también lo fue en alguna época, luego amainó. Como dice Gustavo Bueno, el diálogo entre el cristiano y el musulmán es imposible si uno de los dos no renuncia a su postura. Para el musulmán, el cristiano siempre será un politeísta. Y lo de Padre, Hijo y Espíritu Santo es una cuestión central para el cristiano. Ahí no hay diálogo posible, lo que hay que intentar es que no haya palos. Pero una cosa es aliviar tensiones y otra aliarse.

—¿Cuál será el personaje de su siguiente obra?

—Pelayo fue accidental. Siempre tuve un gran interés por el rey Arturo, y esa comparación con Pelayo, que dio lugar a veintitantos artículos en La Nueva España, llevó a este libro, un libro de encargo. Ahora me han encargado un libro sobre la historia de Covadonga. Y simultáneamente preparo otro libro con narraciones sobre la guerra civil, no sobre la española, sino sobre el enfrentamiento entre hermanos, algo que está presente en la humanidad desde Caín y Abel, desde el Génesis.

—El arabista Emilio González Ferrín defiende una teoría rompedora: que no hubo invasión islámica.

—Que una teoría sea rompedora no implica que sea cierta. Desde luego algo pasó, y si como González Ferrín mantiene hubo una guerra civil generalizada habrá que explicar entre quiénes y contra quiénes.

—Asegura que fue una guerra de todos contra todos.

—Eso es muy vago. Una guerra de todos contra todos sí se produjo durante el reinado de Alfonso I, cuando la oficialidad árabe se enfrenta a la tropa bereber, lo que permitió al rey de Asturias protagonizar espectaculares incursiones que le llevan hasta el río Duero. Lo que hizo Alfonso I, por primera vez en la historia militar, fue crear una frontera protectora de terreno yermo. Destruye todo lo que había entre el Duero y la cordillera Cantábrica: arrasa los bosques, seca los ríos, echa abajo las ciudades, mata a los árabes y se trae a los cristianos a vivir a Asturias. Hay quien defiende que ése es el origen de los pasiegos y de los vaqueiros de alzada.